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Me aferro al pasado pero no sé muy bien el motivo de esta querencia, más allá de la simple manía. A lo mejor, conforme cumplo ... años, muto en una especie de ser adherido hacia las antiguallas, o sea enganchado a los vinilos, al papel de los libros, a cualquier trasto viejo. La calle de la Paz me encanta porque destila el perfume antañón de las fachadas que superan los cien años. Además, hecho extraño, casi extraordinario, creo que ningún edificio de los sesenta rompe la armonía de ese tramo, que ya es difícil pues muchas de nuestras arterías lucen esas terribles cagadas que destrozan la sincronía. Qué daño nos hicieron, en los sesenta y en los setenta, algunas construcciones saturadas de una ramplonería que nunca podremos borrar.

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