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La condición humana tiende a la calentura, qué le vamos a hacer. Somos animalillos y nuestra sangre se altera a traición en demasiadas ocasiones. El ... demonio de la carne acecha implacable y las tentaciones nos asaltan cada día. Me gusta recordar la confesión de Luis Buñuel en su memorias: explica que, lo mejor de alcanzar una edad provecta, es que por fin ha perdido el deseo sexual y eso le provoca una suerte de dulce liberación. Un problema menos. Pero una cosa es el pensamiento que puede llegar a torturar, y otra pasar a la acción para incomodar a los otros, o a las otras, como en ciertos casos. Véase primero a Errejón y luego a Monedero, tanto monta/monta tanto.
Supongo que me pilló con la guardia baja, pero me sorprendieron, ¡a estas alturas!, las severas palabras de Ione Belarra cuando explotó el rijoso asunto. Se quejó de la «asquerosa» Justicia heteropatriarcal y exigió a los medios de comunicación un cambio de rumbo, basado en la reflexión, porque el tratamiento que ofrecieron de la noticia no le gustó. La culpa, del universo entero menos de Monedero. La culpa, siempre de los demás, que se confabulan para machacar a las almas puras. Y ahí reside el problema... Cuando colocas el listón de la pureza en la estratosfera, cuando participas en las manifestaciones feministas y bailas con ellas junto a la pancarta, pues hombre, luego, cómo mínimo, queda feo importunar a las compañeras arrojando babas y toqueteando así con mayor o menor disimulo. Porque un detalle resulta llamativo: los mismos que se quejaban de la cosificación que ataca a las mujeres guapas, los mismos que defienden el fulgor de la belleza en cualquier cuerpo, luego, a la hora de la verdad, siempre trataban de ligar con la más atractiva de la pandilla. Es difícil actuar con coherencia, sí, por eso interesa abrazar la prudencia y no vender tantas milongas.
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