Caravaneros

Buena parte de lo que surge en los USA acaba llegando a esta orilla. Desde las hamburguesas hasta el rock pasando por los pantalones vaqueros. No falla. Pero no creía uno que lo de habitar en una caravana o autocaravana irrumpiría por aquí. Y ha sucedido, sin ir demasiado lejos, en Mallorca, donde el precio de los pisos también está, por supuesto, atravesando las nubes y en dirección hacia Marte. Era lógico. Al fin y al cabo en una caravana dispones de ducha, de cocinilla, de camastro, de televisor y, sobre todo, de techo. Será una vivienda algo precaria, pero mejor eso que un cuartucho o la calle. Pero en Palma, asustados ante la proliferación de esas chozas que son como la concha de un caracol, van a multarlas con trallazos de 1.500 pavos. Cierto es que la abundancia de los chismes rodantes puede espantar al turismo fino, incluso romper la armonía de la urbe, pero sin duda a los caravaneros les encantaría disfrutar de un aticazo estupendo, sólo que no pueden. Por lo tanto, no sólo pertenecen a su pesar a la casta de los desfavorecidos, sino que encima les apalean por ello. En cierto modo, les prohíben existir, respirar, buscarse la vida, encontrar hueco en esta sociedad nuestra que sólo admira a los ricos, a los triunfadores, a los opulentos. Qué mal.