Chorros de agua

Los que vivimos solos, en ocasiones, mantenemos charlas internas, siempre dentro de los límites de cierta cordura, en fin. Así pues, en ocasiones me pregunto lo de «¿y tú por qué lees?». ¿Para adquirir cierta cultura? ¿Para aprender? ¿Para impresionar al prójimo? No, en absoluto. Leo porque me proporciona un enorme placer, no existe ningún mérito en esto y no me siento mejor que otro que nunca lea ni siquiera la etiqueta del champú. Y, en este sentido, a pesar de mis numerosas lecturas (ya tengo una edad), compruebo que, en realidad, soy un tipo bastante simple, de inteligencia normalita y de apetitos bastantes pueblerinos, incluso catetos. Lo confieso sin problemas y lo asumo sin traumas. Esto lo detecto cuando observo a esas presas desembalsar su excedente de agua. Ah, qué glorioso espectáculo. Me quedo embobado, alelado, atontado mientras contemplo esos chorros colosales de agua que se precipitan con furia mitológica. Vigilo los noticieros nocturnos, estas jornadas, para captar esas imágenes. Zapeo con violencia. Esas megamicciones de agua clara y pura me hipnotizan. Tanta fuerza bruta, desbocada, me conmueve porque revela nuestra angostura. Y una vez saciada esa sed, me largo al lecho a leer la mar de feliz.