Urgente Aemet pone fecha al regreso de las lluvias a Valencia

En Europa ni siquiera nos queda el derecho al pataleo, tan sólo al lloriqueo. Nos han pillado entre Trump y Putin con el culo torcido ... y por eso se nos ha quedado cara de bobo pasmado. El amigo americano nos abandona porque se preocupa por otras cosas, por su cosas, sin percibir que Europa acaso no era sino un continente satélite de los yanquis y así nos iba, más o menos, con matices, razonablemente bien. El raquitismo de Europa en el orden mundial acaba de evidenciarse y ahí duele. Mucho. Somos la chacha, el lacayo, el pagafantas, el siervo, el inútil. Trump nos aparta de un manotazo como si fuésemos no ya un moscardón molesto con el cual dialogar, sino una mosca endeble que eliminas de un papirotazo.

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El derecho al lloriqueo nos lleva a entonar el célebre «¡Trump es un demente!», que es un poco como el «¡Rusia es cupable!» de Serrano Suñer. Pero mira por donde he hablado con mi amigo Vicente, que vende sus productos a los USA y conoce bien ese país. Y me ha contado que, ya que nosotros tenemos un presidente que perdió las elecciones, que le atornillan en la poltrona del mando un fugado que mora en Waterloo y unos independentistas vascos que eran no hace tanto tiempo muy amigos de los chicos del plomo, igual no estamos para aleccionar sobre cordura y locura al prójimo. No me parece un análisis descabellado, desde luego. Europa, a lo mejor, no es sino tierra de viejas del visillo, de viejos rentistas que veranean en las costas, de linajes con la sangre oxidada por los siglos de los siglos, y de una juventud que aspira al funcionariado tranquilo y muy bien remunerado en la maquinaria de Bruselas o a triunfar como 'influencer' en las redes a base de bailar. Europa, ay Europa. Pero no busquemos culpables externos para lavar nuestros fracasos, que eso es lo fácil, lo habitual. A lo mejor la culpa es nuestra, de los europeos.

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