Desayunos

Una famosa cantante desayuna aguacate y queso fresco y no sé qué más. Por supuesto sus fans la imitan. Sólo de pensar que, recién levantado, tengo que prepararme tantas cosas, que si lonchas de esto, que si hierbas del Tíbet, que si huevo poché, que si brebajes de sirope destilado, me acuchilla la depre y regreso al lecho llorando. Soy de cacao con leche porque el café, qué pena, mira que me gustaba, me provoca taquicardia, justamente a mí, que ya es desgracia pues sobreviví a la ruta del bakalao y a sus derivados. Así pues, uno es de desayuno rápido y ducha hidratante también veloz y cañera. Pero descubro que muchos paisanos se montan un liturgia con ese tramo mañanero. Lo que para los de vieja escuela supone un mero trámite, para ellos representa una delicia, un ritual, un momentazo maravilloso repleto de buenas vibraciones. Me alegro por ellos y entiendo que los tiempos cambian. Eso sí, me zampo un pequeño bocata antes de salir de la morada pues de ese modo me activo a tope. Si llegase un influenciador popular y asegurase que desayunar boñiga de cabra tonifica el corazón, seguro que su parroquia adoptaba ese protocolo. Igual me equivoco, pero el desayuno es un trance simplón y tampoco conviene concederle tanta importancia. El desayuno, siempre con honrada legaña.