Sólo los grandes de la Historia son capaces de dejar un legado en vida que heredan sus seguidores más acérrimos. No está al alcance de ... cualquiera conseguir semejante éxito. Imponer tu filosofía existencial (esto queda cursilón, lo sé, ustedes perdonen), generar una corriente de fervorosos discípulos, crear una moda que sin prisa pero sin pausa van aceptando, caray, eso proyecta un mérito rotundo y sería injusto no reconocerlo. No caigamos en racanerías absurdas.
Cuando observamos al extremeño Gallardo, el gerifalte del socialismo de allí, el amigacho de hermanísimo melódico, descubrimos que camina sobre la brillante estela roturada por Sánchez. Gallardo, haciendo escaso honor por cierto a su apellido, hará lo que dijo que no haría; esto es, anda el hombre moviendo múltiples fichas para incrustarse en la asamblea de allí y así lograr, vaya vaya, aforada condición. Cuando la canallesca formada por esos periodistas impertinentes le preguntó acerca de esta mutación, primero salió por peteneras, como Sánchez. Pero luego abrazó las enseñanzas del máximo líder cuando por fin comentó, y sin ruborizarse, que tenía todo el derecho del mundo a «cambiar de opinión». Acabáramos. De golpe se hizo la luz y brotaron celestiales chispazos de los árboles, por ejemplo. Sánchez inauguró, con notable desahogo y bendito desparpajo, lo de cambiar de opinión de un día para otro, y en asuntos fundamentales como la amnistía y lo de esos socios suyos que le agarran por donde ustedes sospechan, y ahí se mantiene, fresco y disfrutando del Falcon. Sus lacayos le imitan porque la senda está trazada y, además, no les perjudica entre los suyos. Han desarrollado un nuevo modelo de practicar el arte de la política que antes se tomaba a chirigota, y este consiste en cambiar de opinión las veces que sean necesarias. Enhorabuena por este avance.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.