Fue un adolescente pedante que se nutría a base de la cultura clásica que latía en las estanterías de la morada familiar. No me arrepiento ... porque al menos, durante aquella fase, conseguí un bagaje que todavía hoy me es útil. Sólo cuando rompí las cadenas de la ortodoxia sentí la llamada de la selva, tan macarra y divertida. Aprendí, entonces, a combinar el condumio de ambos mundos. Descubrí, tras aquella epifanía, que se podía disfrutar de Baroja y de Bukowski, de Bambino y de Thelonious Monk, de Makoki y de Velázquez. Conviene desenvolverse en los palacios y en los tugurios porque así aprovechamos con mayor frenesí los placeres de la vida.
Yo también me sumergía en el cine de reestreno de mi pueblo para contemplar algo potable y la inevitable españolada. Pero, durante mi trance pedantuelo, torcía el morro cuando la gran pantalla mostraba una película de Ozores. De eso me arrepiento, o sea de no gozar con unas obras apresuradas, optimistas, oportunistas, destapistas y tirando a chabacanas, sí, pero a la vez muy entrañables, disparatadas, locas y con ese tono que retrataba una parte de España tan real como pelín casposa. Hoy, liberado del pudor, hubiese visto aquellos largometrajes con una mirada amable y relajada. Y brotaban hallazgos muy estimables. Por ejemplo, al principio de 'El currante', Pajares, en ciclomotor y sin casco, acude al INEM, cobra el paro y se larga a trabajar a la obra, donde lo primero que hace es comerse el bocata. Una parte de España actuaba así, o sea a medio camino entre el escaqueo y la picaresca. Funcionaba el toque asilvestrado y Ozores lo supo captar de una manera directa. Sus películas no eran obras maestras, en efecto, pero conectaban con el público y eso tiene su mérito. Generó industria en un país aquejado de raquitismo audiovisual y dirigió más de cien películas. Máximo respeto, pues.
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