Rezuma nuestra osamenta un patrioterismo algo infantil cuando, en el listado de países felices, nos colocan en un deshonroso puesto número treinta y ocho. Qué ... vergüenza. No estamos ni entre los diez, los veinte o los treinta primeros, y eso parece que nos duele porque los españoles, en general, consideramos que, como en España, no se vive en ninguna parte. Claro que, también, salvo excepciones, sólo hemos morado en nuestro país, con lo cual, en fin, tampoco comparamos de primera mano. A lo mejor nos vence cierto chovinismo...

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Encima, lo que se nos antoja harto humillante viene cuando comprobamos que, las primeras posiciones, las copan los países nórdicos. Qué bochorno. Y con Finlandia a la cabeza. Eso no se puede consentir. ¿En Finlandia es dónde mayor felicidad destilan? Anda ya. Claro que, si somos capaces de perder la pasión que nos suele embargar, igual en esas tierras de escaso o nulo sol y de nieves que duran casi todo el año, a ellos, por extraño que nos parezca, les encanta ese paisaje, ese modo de vida, esa gastronomía, esa calidad de vida, ese vivir siempre con la calefacción enchufada y con la ventisca en el exterior. De igual modo que a nosotros nos chifla el sol, la calle, el mar y el secarral, a ellos les seduce su panorama blanco, su sauna, su patinaje sobre hielo y su carne de reno o de los bichos que por allá pululen. Para nosotros es difícil comprender aquel modo de vida porque representa un cambio brutal a nuestras costumbres. Pero ellos están habituados a sus auroras boreales y no las cambian por nuestro limpio amanecer, por ejemplo. Pero todo esto se desmonta cuando observamos una cruda realidad: muchos de ellos, cuando se jubilan vienen aquí. A la inversa no sucede. Por lo tanto, me huele que nuestras existencias resultan más amables, felices y... cálidas. ¿Felicidad a la finlandesa? Qué raro suena...

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