Hijos de Musk

Y gracias a la avalancha de nuevos españolitos aterrizamos en esta sociedad la tropa del 'bayboom'. Pero nosotros, los nacidos entre los sesenta y los setenta, salimos ranas, egoístas, quejicas, llorones. Crecimos en un mundo casi perfecto. Gozamos de la playa y la montaña. Disfrutamos de la televisión en color, de los 'Madelmans', de las bicicletas y de los primeros videojuegos. Y decidimos, algunos, que traer niños a este planeta sólo contribuiría a cortarnos el rollo, y eso no. Hace poco leí aquí mismo que, un hijo, te cuesta a la larga más de trescientos mil pavos. Barato se me antojó. Un hijo, según observo con mis amistades, supone un gasto eterno, perpetuo. Y, además, detalle que nos aterroriza a los solterones, ¡es para toda la vida! Asumo la pasta que se paga, pero el pavor me atrapa cuando confirmo semejante esclavitud. Un hijo siempre es un hijo, y aunque tenga cincuenta años será siempre tu hijito, y sufriremos por él cuando conduce por la noche, cuando se divorcia, cuando le pillas tajado y cuando pierde el trabajo durante unos meses. Qué horror. No estamos preparados para tanto sufrimiento. Elon Musk será padre por decimocuarta vez. Ya podrá. Se conoce que no los cría él. Con su pasta yo tendría treinta chavales.