Teniendo en cuenta que Revilla se convirtió hace tiempo en un personaje cómico, al estilo de ese actor secundario algo zumbón, de peculiar físico y ... voz entre aflautada y nasal como de Gracita Morales macho, destinado a provocar la sonrisa del amable espectador en mitad del drama, la trifulca entre Juan Carlos I y él adquiere tintes de vodevil, zarzuela, obra de fin de curso, pelea de patio escolar o zafarrancho de baja intensidad en el casino del pueblo. Un par de peces gordos del pueblo se enfadan y emerge la gresca.
«¿Y por qué yo?», se pregunta un compungido Revilla derramando cierta faz frailuna. En esto tiene razón. ¿Y por qué él? Ni idea, a lo mejor por bajito, o por mostachudo, o porque pasaba por allí, yo qué sé. Pero el caso es que lo han elegido a él para pagar el pato. De todas formas, en esta queja de «¿y por qué yo?» le observamos a Revilla tono llorica y cierta tendencia a cobardear. Como listillo profesional hubiese preferido que el marrón se lo comiese un Rufián, un Otegi, en fin, alguien que no duda en empitonar a la monarquía empleando energía rotunda. El exgerifalte de Cantabria siempre me pareció un oportunista de manual, un falso humilde, uno que siempre proyecta memeces que se camuflan bajo pensamientos profundos para epatar a las mentes simples que le carcajean las gracias y le aplauden. Apunta que don Juan Carlos era su ídolo, y en efecto bien que le lamía las botas cuando el emérito mandaba, pero que luego agarró un disgusto tremendo cuando averiguó, de repente, las sombras de su húmeda vida privada y la amplitud de sus turbulentos bolsillos. No me lo creo. Un tipo con el cargo que llegó a tener Revilla conocía perfectamente las lóbregas rebóticas del rey emérito, sólo que se apuntó al linchamiento populachero porque esa era la moda imperante y él siempre ha militado en el bando del sol que más calienta.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.