Manzanas podridas

Les cuento esto porque así observamos que, en cualquier gremio, incluso en uno tan presuntamente inocente, cuando circula la pasta, algunas personas se corrompen. Supongo que todos tenemos un precio. Por desgracia ignoro el mío. Les confieso que siento cierta frustración porque nadie vino nunca para ofrecerme unos buenos dineros a cambio de favores radiofónicos o de chanchullos de columna. No pierdo la esperanza. Me ilusionaría, qué quieren. Me sentiría pelín importante. Eso sí, sólo espero que me traten como a mercancía cara, si pretenden que venda mi alma por una propina, de nuevo me frustraré, y esta vez en mayor medida. Qué vergüenza, y qué ridículo, malvenderse por un plato de lentejas... Un político honrado con mando en plaza me explicó en cierta ocasión que, los expertos en sobornar mediante comisiones a cambio de licitaciones en obras y otros asuntos, saben muy bien a quién se dirigen. Digamos que, entre mercachifles, entre ladinos, entre aprovechados, se reconocen. En poco tiempo han trincado a un jefazo de la Policía Nacional y a otro de la Guardia Civil (este estuvo en el puerto de Valencia) por colaborar con bandas de narcos. Se barajan cifras colosales. Manzanas podridas las encontramos en cualquier ámbito, tampoco vamos a escandalizarnos. Ahora bien, siempre me preguntó lo mismo: ¿mereció la pena? Yo creo que no, desde luego. Pero la carne, por desgracia, es débil. Lástima.