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En el pueblo, fruto del fértil gracejo de los lugareños, le colocaron a una mujer famosa por sus trolas el mote de «mentira fresca». Según ... cuentan, era incapaz de soltar no ya una verdad, sino una media verdad. Todos los habitantes conocían el apodo, menos ella, claro, como suele suceder en tales trances. Nuestro presidente es muy «mentira fresca», lo cual supone, además de un peligro, una desgracia pues si desconfías del gran jefe, vamos mal. Por eso, teniendo en cuenta su importante carga de falsedades, de cambios de opinión, de mutaciones verbales, diga lo diga respecto al gran apagón no me lo voy a creer. Ni siquiera le concedo el beneficio de la duda.
Acaso por desviar la atención carga las culpas contra «los operadores privados». La culpa siempre es del otro, nunca de los suyos o de los nuestros. La culpa es del chachachá. La culpa es de la conspiración judeomasónica. La culpa es de los poderes ocultos que nos manejan desde las sombras. La culpa es de una tormenta eléctrica provocadas a su vez por el diabólico doctor NO, aquel malvado de James Bond. Arrojando la culpa contra «los operadores privados», logra que, la mayoría de los ciudadanos, compongamos careto de pez a punto de sucumbir bajo las fauces de un tiburón. Vamos, que no entendemos gran cosa. Pero al deslizar ese «privados», el grave fallo caería del lado de la empresa privada, siempre explotadora, voraz y cruel para el pensamiento zurdo. Lo privado es lo chungo, y lo público, o sea donde enchufan a las Jessicas del país, lo maravilloso. De todas formas, ojalá se hable en serio del papel de las nucleares que, a lo mejor, pretenden erradicar con excesiva velocidad por simples y caducas cuestiones ideológicas. Y así, mientras discutimos sobre el apagón, no tertuliamos acerca del cardenal díscolo apartado del cónclave por el fallecido Papa. Algo es algo...
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