Y, de nuevo, los habitantes del pueblo devastado, la genuina ciudadanía, son los que reaccionan y se organizan ante el oxidado anquilosamiento. Frente a la gran ciudad teñida de cierto egoísmo que nos lleva, a los urbanitas recalcitrantes, a no mirar más allá de las ... fronteras de nuestro ombligo, en el pueblo todos se conocen. A veces se odian, que tampoco vamos ahora a loar en alarde de bucolismo cursi la vida en las villas de tamaño medio o pequeño, pero en otras ocasiones se adoran y, desde luego, cuando la catástrofe te muerde el alma, los odios se orillan, las filas se cierran y emerge la solidaridad.
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Tres de cada cinco ascensores siguen sin funcionar. El ascensor como símbolo del dolor. El ascensor como terrible recordatorio de lo que sucedió. Si eres joven, pues bueno, en fin, te dices que practicas gimnasia por obligación y que tus piernas se fortalecerán. Pero esta excusa no le sirve a lo mayores, por eso, los vecinos con la fortaleza de la juventud se lo han montado para ayudar a los de edad provecta. Realizan la compra y la suministran a base de subir escalones. Han establecido turnos para que los mayores no se precipiten en el abismo del olvido. Leímos en ABC algo que nos noqueó por su maldad. Un guardia civil filtró: «En vez de mandarnos a salvar vidas, nos enviaron a buscar muertos». El ministro Marlaska reconvertido en un príncipe de las tinieblas que no es sino la voz de su amo Sánchez. Marlaska, antaño prestigioso magistrado, hechizado hoy por el oropel del poder, prefirió hace tiempo erradicar aquel prestigio para mantenerse de ministro. ¿Tanta ambición escondía? ¿Tan goloso es el cargo? Marlaska no es sino el cochero del conde Drácula, y me encantaría que subiese todos los días varias plantas a pie, cargado con la compra, para mirar luego a la cara de los mayores que yacen atrapados en sus moradas.
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