Paciencia fallera

De entrada, el fallero militante aguanta la mar de paciente las inclemencias de la climatología. ¿Lloverá? ¿No lloverá? ¿Plantamos ya el monumento o esperamos un poco? Las dudas devastan las entrañas y conviene armarse de paciencia para no enloquecer ante lo que no podemos dominar. La ofrenda supone otro de esos trances. ¿Ya nos toca o seguimos esperando? Y luego, pasito a pasito, con infinita paciencia, se avanza, aunque se haya superado la medianoche. Pero quizá el ejemplo de máxima paciencia lo observamos cuando las mascletás. Cientos de personas se arremolinan varias horas antes del primer disparo para conseguir hueco de privilegio. Algunos incluso se ayudan con taburetes de bolsillo para sentarse. Pero, con o sin taburete portátil, qué paciencia. Porque toda esta paciencia destila un mérito espectacular. En esta orilla del Mediterráneo, si esperamos unos segundos frente al ascensor porque este sube en sentido contrario, nos desesperamos, nos irritamos. Y lo mismo cuando yacemos carisecos frente a un semáforo que se alarga, cuando la cola de la panadería o la del supermercado. Ahí podemos estallar de pura impaciencia. Sin embargo, en Fallas, asumimos los contratiempos desde la disciplina. Supongo que el formidable fiestorro lo merece, de lo contrario no me lo explico.