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Cuidado con tentar a la suerte, jugar con fuego y pendonear con lo que se denomina «las profecías autocumplidas». Desear la desgracia quizá acarrea consecuencias ... nefastas. «Cuidado con conseguir lo que deseas», suelen afirmar los sabios, aunque en otro sentido. Nuestra generación no ha conocido, por suerte, el horror de una guerra. Pero digo yo que, blanditos como somos pues nos nutrieron a base de lácteos y nos higienizaron mediante pañales, y acostumbrados al confort del primer mundo, vamos sobrados con la crisis del 2.008, con la pandemia y con la última gota fría. Los amigos de las coñas comentaban eso de «sólo falta que se precipite un meteorito contra la Tierra». Pues en esas estamos, y la previsión indica que podría taladrarnos en el año 32, y que existe un 2% de posibilidades para que impacte.
Si la colisión fructificase, no acabaría con la vida en el planeta tal y como sucedió en los tiempos en los cuales los dinosaurios dominaban el cotarro, pero si choca contra una ciudad, estaríamos completamente fritos. Y aquí me surge la duda. Si, en efecto, la roca voladora fumiga una ciudad y yo vivo en ella, morir así me produciría enorme frustración pues el resto de habitantes del mundo se ha librado. Sin embargo, supongamos que el pedrolo cósmico es más grande de lo que nos sugieren los astrofísicos y, en ese caso, vaya, palmamos todos los habitantes de la Tierra. En ese supuesto debo de reconocer que me quedaría más tranquilo. Marcharemos todos al otro barrio, con lo cual, una desgracia tan colectiva y global, sin rastro de esperanza, tranquilizaría mis nervios pues lo inevitable me calmaría. Esto es sin duda fruto del egoísmo, pero también obedece a una resignación preñada de relax. Bah, si nos largamos todos al mismo tiempo, bueno, pues la fiesta se acabó, qué le vamos a hacer. Y encima me ahorraría la hipoteca.
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