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Lo de Prada es el martillo de Thor quebrándote el cráneo, la motosierra de Caracuero cercenando tu aliento y una rociada de plomo escupida por la ametralladora de William Holden en «Grupo Salvaje» segándote el habla. Lo de Prada, lo último de Prada, o sea « ... Mil ojos esconde la noche», es un novelón del que prefiere el oro de la posteridad a la calderilla de la fama, un puñetazo sobre la mesa y un aquelarre de fuerza.
Frente a la papilla habitual, lo de Prada. Frente a la ramplonería imperante de prosa que se redacta a base de inteligencia raquítica y morosa, lo de Prada. En el Paris legañoso, cobardica y recién ocupado por los nazis, de la mano de Fernando Navales, falangista camisa vieja trufado de inteligencia y resentimiento, el autor nos descubre una corte de los milagros fascinante.
Desde Céline y Brasillach hasta Maria Casares y Mateo Hernández pasando por Ruanito, Lequerica, Picasso, Marañón y el cuñadísimo, Prada nos destripa todo ese rico universo de covachuelistas, jerarquías, sumisiones, hambre, farsantes, viciosos y pícaros.
Decía Pla que un hombre que sólo lee novelas a partir de los 40 es un tipo sospechoso. De ahí que algunos nos refugiemos en la novela negra verdadera y tortuosa, o sea alejada de los psicopatines rijosos y de las pasmas traumatizadas que esconden un-oscuro- secreto (siempre nos quedarán Ellroy y Winslow), en las biografías o en los ensayos. Para que nos enganche una novela cuando divisamos el hocico de la última curva del camino, necesitamos recia calidad, músculo atómico y alta tensión. Vamos, lo de Prada. Algunos han querido ver en Fernando Navales, el antihéroe, un alter ego del autor. Se equivocan. Fernando Navales, en realidad, somos todos. Hoy Juan Manuel de Prada estará en el Casino de Agricultura. Yo de ustedes no me lo perdería. Así podrán decir luego lo de «estuve allí».
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