Urgente El precio de la luz se desinfla con la nueva tarifa este viernes: las horas prohibitivas para enchufar electrodomésticos

Destila Trump un no sé qué propio de aquellos inolvidables presidentes futboleros de los noventa con aire de mastuerzos al borde de la trifulca tabernaria. ... Siempre se me antoja que esté a punto, y sin avisar, de soltarle un fostio a alguien que pasaba por allí y le miró mal por equivocación. Con el blondo superviviente de uno o dos atentados, está claro, no nos aburriremos. Abróchense los cinturones que despegamos. Y luego, oye, menudo estirón ha pegado Barron, el hijo. Caray con el mozo. Les sacaba una cabeza a todos los participantes de la ceremonia. Qué barbaridad.

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Pero no quiero hablar ni de Trump ni de Barron. Melania es la que nos ha impresionado. Parecía sacada de una novela de Raymond Chandler. Esa especie de medio sonrisa hierática, ese semblante anguloso, esos ojos semivelados por un sombrero que ya es historia, ese caminar suyo de rectitud inverosímil, nos ha apabullado. La primera vez que llegó a La Casa Blanca, no olvidemos, un buen número de diseñadores de postín se negaron a vestirla. Era una apestada porque era la esposa de Trump. La decisión de los que marcan el ritmo de la alta moda nunca la comprendí. Perdían una percha de pura elegancia y una promoción maravillosa. Pero todo cambia, desde luego, y si a Trump antaño le vapuleaban, hoy los megamillonarios de la tecnología le acarician el lomo, fieles a sus principios de arrimarse al sol que más les calienta las billeteras. Del mismo modo, los modistos de primera línea que antes la despreciaban pierden el culo ahora por vestir a Melania. La aparición de la primera dama deslumbró y sospecho que a su marido le perdonarán sus gestos broncos y sus palabras gruesas por la admiración que despierta su mujer. Lo que no entiendo, si es verdad, es cómo se lio Trump con Stormy Daniels, la actriz porno, teniendo a Melania a su vera. Hay que ser botarate, la verdad.

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