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La casa de mi abuela en el pueblo conservaba la estructura amplia de aquellos tiempos. El carro con el caballo podían traspasar el umbral de ... la puerta de la entrada. En una esquina del corral, presidido por un espléndido limonero, había una especie de cuadra para el jamelgo, y al lado la 'porquera', donde engordaba el cerdo que luego alimentaba a la familia varios meses. Me intrigaba, sin embargo, una estancia desnuda que contaba con un breve puertecilla que daba a un angosto callejón lateral. ¿Y para qué servía aquella habitación sin muebles con una especie de entrada secreta que sellaron cuando murió mi bisabuelo?
Indagué con disimulo, pero siempre choqué contra el muro del silencio. «Cosas de tu bisabuelo», murmuraban, con suerte, la mar de escurridizos. Imaginé, pues, que mi antepasado recibía visitas furtivas más bien lúbricas en aquel habitáculo, o que se dedicaba a cierta clase de contrabando. No lo sé, pero algo ocultaban, como suele suceder en cualquier familia. En cualquier caso, aquello me concedió notable querencia hacia las puertas clandestinas, las puertas de atrás y las puertas camufladas. Observo que, al señor Polo, presidente de la CHJ, también le tiene agarrado el cosquilleo del misterio, de ahí que, el otro día, se escabullese por la puerta de atrás para no contestar a los periodistas. Algo escondía mi bisabuelo, desde luego, y algo debe de enmascarar el señor Polo a los compañeros de la prensa cuando muestra tantísima aversión hacia las explicaciones que debería de ofrecer. Este hombre huye de la transparencia que requiere su cargo para hundirse en el légamo turbio, lo cual provoca que se dispare nuestra imaginación. ¿Por qué no habla? Escapar por la puerta de atrás no sólo suena muy cobardica, sino que parece irresponsable. Responder ante la prensa tras una catástrofe es lo mínimo en una democracia.
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