Creo que no la vi nunca. O era demasiado pequeño o todavía no había aterrizado en este valle de sonrisas y lágrimas. Pero el título ... de la serie se me grabó: 'La ley del revólver'. Buen título. Llamativo, fuerte, incluso impactante. Trump no ha llegado con la ley de un Colt que escupe fuego y lanza balas de plomo. Lo suyo es el garrotazo que siembra pavor por la feroz energía que desprende cada descarga. La sutilidad y la puntería de un pistolero profesional no va con él. Prefiere el garrotazo garrulesco que asusta por su lado primitivo, bestial, energuménico.
Por lo tanto, ignoro cómo debe de responder Europa, si con otro garrotazo goyesco que suba la temperatura del combate o con sinuosa astucia propia de forajido de leyenda que te deja seco de un balazo entre las cejas sin que te enteres. Teniendo en cuenta el tono farruco de Trump, si la respuesta, como parece, resulta morigerada, algo mustia, el cafre de piel ambarina se lo tomará como una debilidad profunda, y cuando los matones olfatean esa debilidad aprovechan para pisotearte en el suelo, retorcerte los huevines y, después, rematarte con saña. Pero claro, si nos ponemos chulos con él, igual aumenta la apuesta y esto acaba en tragedia universal, con lo cual, insisto, pobre de mí, desconozco el remedio para evitar el descalabro, presunto o cierto, gordo o flaco, terrible o liviano. Los veintisiete países de la UE son una especie de banda panchovillesca, por eso cuando vienen mal dadas, por mucho que disimulen, cada cual barre para su casa. Si no nos unimos ante esta especie de adversidad impuesta, el último que apague la luz y sálvese quien pueda. Sólo espero que reine la cordura y que, por una vez, vayamos a una. Alemania es el país que mayores pérdidas puede acumular, ojalá sean capaces de arracimar las diferente sensibilidades gracias a su disciplina teutona.
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