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Si buceamos un poco encontramos que la expresión «en mi hambre mando yo» la alumbró un jornalero que no vendió su voto por dos duros ... de la época, un fortunón, al capataz del cacique que se los ofrecía. La expresión se popularizó y llegó hasta nuestros días como símbolo de coraje, dignidad y honradez. También cuentan que, un señorito que patrocinaba una farra longeva, quiso continuar el desparrame añadiendo más dinero al pactado con el cantante flamenco que animaba la velada. Este, harto de tantas horas de cante, rechazó ese extra entonando el célebre «en mi hambre mando yo».
Extraña observar a un multimillonario empatizar con los desfavorecidos. Suponemos que los señores multipelas moran en cumbres ajenas al dolor, sobre todo al del prójimo que sobrevive a ras de suelo. No es el caso de Juan Roig. Las primeras ayudas tras la catastrófica gota fría fueron las suyas. Los testimonios conmueven. Llegaba un tipo de su empresa, tomaba nota y, pocos días después, el damnificado había recibido la pasta en su cuenta corriente. Frente al anquilosamiento de los gobernantes, la agilidad de la empresa privada. No falla. Con muchos menos empleados trajinan mejor cualquier grave crisis. Incomprensible, pero cierto. Lo curioso del caso es que algunos de los que no han podido reabrir sus negocios le han devuelto el dinero a Roig. Vemos, pues, un trallazo de nobleza que supera cualquier frontera. Observamos, pues, otro arranque tipo «en mi hambre mando yo», pero esta vez sin rabia porque se trata simplemente de no aprovechar una situación para hacer caja. El dinero cedido sin contrapartidas por el equipo de Roig se debía de encauzar hacia la apertura de los comercios, si estos no resucitan, han preferido reembolsar el dinero. Lo que no comprendo es los palos que recibe Roig... El feroz resentimiento de la tropa belarriana nos abruma.
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