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Mis primeros recuerdos, bastante vagos, envueltos por nubes en blanco y negro, apenas ramalazos dispersos, son de nuestra ciudad. Camino a trancas y barrancas mientras ... mi madre me sujeta de la mano. No me sube a sus brazos porque antes eso no nos traumatizaba. «Súbeme al bracito...», murmuraba atacado por la vagancia con cuatro o cinco años. «Calla, que vamos a coger el trole enseguida...», responde mi madre. El trole era el trolebús. Y, en efecto, montamos sobre aquel cacharro que me fascinó gracias a sus antenas que recibían el chute de electricidad a modo de combustible. Nunca debimos de renunciar al trolebús. Hoy sería una atracción magnífica.
Creo que comprabas el billete en la parte de atrás, donde un hombre con uniforme y gorra de plato, aunque igual esto lo imagino pues los recuerdos se falsean, se erguía tras un mostrador de madera. Había, pues, conductor y repartidor de tiquets. Ya es curioso que los detalles anclados en aquella mi primeriza y plástica sesera vengan con el peculiar trolebús. He rememorado el popular 'trole' ahora que tanto se habla del decreto 'ómnibus' que no ha prosperado gracias a la negativa de los socios, los de Junts. En el invento pretendían colar unas 80 medidas, con lo cual efectuaban una suerte de timo, de tocomocho, que no hace sino confirmar las maldades de nuestro gobierno. Mejor llamarlo, pues, decreto 'trolebús' por la cantidad de trolas que nos acuchillan, que nos dedican, que nos venden desde sus argumentarios que tanto fomentan el papagayismo de los ministros. Resisten a cualquier precio y parece que hayan convertido en una cuestión de honor esto de soportar derrotas en el Congreso mientras arrojan las culpas al adversario. Oiga, que gobierna usted, si no puede, convoque elecciones. Pero no la harán. No es una cuestión de honor, es una asunto de sueldo y empleo. Así de simple.
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