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Cuando el Valencia juega el lunes, el fin de semana se convierte en una apariencia de lo que la vida sería si tu equipo no ... existiera, o a ti ya no te gustara el fútbol, o no te hubiera gustado nunca. Puedes pensar en leer un libro, o ver una película, sin visitas clandestinas al teléfono móvil para consultar los resultados. Es una prórroga de la penalidad. Lo que tenga que pasar ya pasará el lunes. Me estaba pasando, y continuaba pensando en el fútbol. La insistencia en esa conexión llega a asustarme. Tuvo que ser en Gandía, porque en Oliva ya no hay cines. En otra dimensión el Teatro Olimpia estaría restaurado, y hubiéramos picado cualquier cosa en un bar cercano en el carrer Major, junto a la plaça de la Bassa, y visto esa película Rivales, la película de Luca Guadagnino sobre el mundo del tenis y sobre la vida, y acerca de qué estamos hablando cuando hablamos de tenis. Pero no, pudiendo ser así, al no haber cines, hubo que coger el coche y cenar cualquier cosa de franquicia. La película es de esas en las que no pasa nada, de las que estás pensando cuándo acabará, cómo acabará el partido, y hasta te parece que todo da igual, con quién acabará la chica, y el resultado del partido, y que el director esté jugando con el espectador. No cuento la trama. Fueron más de dos horas viendo una película que es ya película de esas de Amazon, de cálculo interesado de las reacciones del espectador. «Ambientada en el competitivo mundo del tenis profesional, en el que la jugadora convertida en entrenadora Tashi (Zendaya) ha transformado a su marido Art (Faist) en un campeón de Grand Slam». Todos esos guiños de un personaje al otro comiendo el plátano, me parecieron un torpe juego de lo que se quería anunciar. No soy crítico de cine, pero como espectador, la película y la filmación del juego está muy bien realizada, y la publicidad de las marcas está perfectamente camuflada, pero al final no hay nada. La perspectiva deportiva me superaba. Añoraba cualquier partido, aunque fuera de fútbol de regional. Personas pegando raquetazos a una pelota, gotas de sudor a cámara lenta, y una tonta obsesión por el hecho de ganar. Viendo las imágenes, resulta evidente que el fútbol supera en todos los aspectos al tenis. En el hecho de que sea un deporte colectivo, de combinación, de estrategias. Se me podrá replicar que también en el fútbol se trata de que la pelota traspase una línea en la portería, como en el tenis son las líneas que delimitan la pista de tenis. Pero conseguir un gol es tan dificultoso y tan armónico, que su superioridad con respecto al tenis es rocosa. Si de lo que se trataba es de representar una épica del tenis, con las gotas de sudor a cámara lenta, el intento me resultó poco efectivo, si lo comparo y lo comparo todo con el fútbol. No ha habido grandes películas sobre la filmación del fútbol, y en el fondo allí estábamos, viendo una película en Gandía, con una obsesión con el ganar y derrotar el rival, cuando lo que queríamos era haberla visto en la proximidad, y en algo que fuera la reivindicación del juego. Con Mestalla nos pasará algo así. Teníamos un estadio al que se tendría que haber aplicado esa cláusula que ahora exigirá la Unión Europea, sobre el derecho a reparar las cosas, y por esas torpezas que nos retratan, decidimos que teníamos que cambiarnos de sitio, como si Mestalla fuera un electrodoméstico. Acabaremos yendo a un lugar al que no queríamos ir, comiendo tapas de franquicia que no necesitábamos comer, tragando unas palomitas que nos podíamos haber ahorrado. Abandonando el símbolo que era y es real, y canjeándolo por un estadio cinco estrellas al que habrá que rellenar de la épica y la magia del que hemos abandonado.
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