La Europa federal no se construirá sin la movilización ciudadana
Análisis ·
Europa necesita una defensa propia y potente. También una política exterior, una política económica, una política fiscal y laboral. Necesitamos una federaciónRoberto Viciano Pastor
Miércoles, 9 de abril 2025, 09:45
La reciente y masiva manifestación realizada en Roma puede significar el punto de partida de la agenda para avanzar hacia la generación de una Europa ... federal o puede quedarse en nada. La convocatoria se articuló alrededor de la idea de unidad europea pero no planteaba ningún objetivo político específico.
Para plantearse algo más ambicioso y estructurado no está de más recordar que la creación en los años 50 de las tres Comunidades Europeas, hoy reunificadas en la Unión Europea, tenía como objetivo ser la base, no el punto de llegada, de la integración del viejo continente. El tratado por el que se constituyó la Comunidad Económica Europea establecía un plazo de 12 años para la constitución del Mercado Común. Creados unos intereses económicos comunes, los padres de la integración europea tenían previsto dar el salto a una unión política de carácter federal, los Estados Unidos de Europa.
Sin embargo, el nacionalismo de De Gaulle bloqueó el paso a la tercera fase de creación del mercado común en 1966, impidiendo la sustitución del sistema de toma de decisiones por unanimidad. Demasiado para el nacionalismo francés, camuflado bajo la idea gaullista de la Europa de las Patrias, es decir, una Europa como mucho confederal que tuviera su eje vertebrador en la voluntad concertada de los Estados-nación europeos. Conviene recordarlo ahora que el presidente Macron pretende, en lugar de promover una mayor integración, convertir a Francia en el motor de Europa, transformando a los demás países de la Unión en subordinados de la política exterior francesa.
El proyecto europeo encalló durante dos largos decenios, por diferentes cuestiones como la crisis política generada a consecuencia de mayo de 1968, la crisis petrolera y económica de los setenta, la priorización de los intereses nacionales y el obstruccionismo permanente, a partir de su incorporación a las Comunidades, de Gran Bretaña. Conviene también recordarlo ahora que el primer ministro Starmer intenta disputar el liderazgo de una Europa fragmentada, a la que su país abandonó voluntariamente hace solo cinco años. Por supuesto que deben ser bienvenidos quienes quieran colaborar con la Unión Europea, pero no deja de ser sorprendente que los líderes europeos acudan sumisos a las reuniones convocadas por un país que nunca creyó en la Unión.
Con el Acta Única de 1986 se impulsó la finalización del mercado único y, posteriormente, se abrió tímidamente la construcción política a partir del Tratado de Maastricht. Sin embargo, el proyecto europeo, impulsado desde las élites políticas y económicas de espaldas a la ciudadanía, ya no podía avanzar más por chocar con los intereses de esas élites.
Los poderes económicos europeos, una vez conseguida la unidad de mercado y monetaria, no tenían ningún interés en que existiera un poder federal fuerte que controlara ese mercado y que impulsara una política fiscal y laboral común para la Unión. Quizás hoy se estén replanteando esa posición ante la necesidad de defender sus intereses en el mercado mundial, cosa absolutamente imposible de hacer con eficacia desde los Estados-nación europeos y una integración económica sin mando político ni fuerza militar.
Pero más grave que esa oposición de los poderes económicos es la contradicción de los intereses de los líderes políticos europeos con el proyecto federal. La emergencia de un Estado federal significaría para todos ellos y las burocracias nacionales la pérdida de su limitado protagonismo mundial. Los presidentes de gobierno de los Estados europeos quedarían opacados por el presidente y el gobierno federal. Nadie sabría quién es el presidente de Francia, ni el presidente del Gobierno español. Como, en general, no sabemos quién es el gobernador de California ni el de Arkansas. Nuestros líderes prefieren ser cabezas de ratón que cola de león, algo comprensible desde sus cortas miras políticas. El de los ciudadanos europeos, no obstante, debe estar por encima de su visión egocéntrica.
Por eso, Europa necesita estar unida y tener una sola y potente voz, no unos descoordinados y contradictorios susurros, que en nada influyen en el orden internacional como ha quedado recientemente acreditado en el conflicto palestino-israelí o en la guerra de Ucrania. Han sido demasiados años en los que los Estados europeos solo hemos sido unas marionetas en manos de Estados Unidos, no sólo en materia de defensa. La actual administración norteamericana nos ha hecho ver de manera clara lo que era evidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Europa necesita una defensa propia y potente. Pero no solo eso, también una política exterior, una política económica, una política fiscal y laboral. Necesitamos una federación porque necesitamos algo más que una defensa común. Puede parecer un objetivo imposible de alcanzar, pero también lo parecían tantas cosas que hoy son realidad. Lo cierto es que la construcción únicamente desde arriba sí que hace inviable está opción.
La construcción europea, con todas sus deficiencias, ha conseguido durante estos decenios generar una identidad europea, no basada en cuestiones culturales o emocionales sino en la experiencia racional de la solidaridad y cooperación entre países, las ventajas de la eliminación de fronteras y un modelo social basado en la democracia, el respeto a los derechos humanos y el Estado social, a pesar de los numerosos intentos de destrucción del mismo, muchas veces articulados por las élites a través de las instituciones comunitarias. Eso es lo que puede seguir aglutinando el concepto de ciudadanía europea: la identidad no racial, no cultural, no histórica de una patria europea compatible con nuestras patrias estatales y nuestras patrias subestatales. Una inmensa matrioska basada en la paz, la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por eso, más allá de vagas ideas de unión y solidaridad, los ciudadanos europeos debemos reclamar por todos los medios, y especialmente la movilización social, la consulta a nuestros pueblos sobre su voluntad de constituir una entidad federal y la activación del consiguiente proceso constituyente europeo que dote de legitimidad democrática a una construcción que ha carecido de impulso y respaldo popular. Que quienes no deseen integrarse en dicha Unión federal puedan permanecer asociados a través de la fórmula más confederal actualmente existente, con las modificaciones correspondientes, pero que los Estados que consideren que debe darse el paso final del proceso que se inició hace ya más de setenta años, puedan darlo.
A nadie se le escapa que la generación de un Estado federal en el continente que alumbró la idea de nación y que está conformado por una multiplicidad de culturas e identidades nacionales no será un proceso fácil, y aun así no queda otra solución que el refrán español: a grandes males, grandes remedios.
Para la construcción de una Europa federal no podemos contar con nuestras élites políticas y económicas. Es más, nuestros líderes económicos y políticos maniobrarán para intentar desactivar la iniciativa popular, si es que ésta se produce. Aparentarán ser los más europeístas al tiempo que seguirán defendiendo sus intereses cortoplacistas; intentarán debilitar y dividir el movimiento popular europeísta. Solo con objetivos políticos claros, la conciencia colectiva y la sabiduría popular podrán esquivar esas maniobras obstruccionistas. Seguir con formulaciones genéricas y consignas vacías de contenido político concreto únicamente facilitará el mantenimiento del status quo, bajo la apariencia de una difusa e inconcreta integración política europea.
Urge que demostremos que el demos europeo existe, articulando una sociedad civil a escala europea, y no como mera agregación de organizaciones nacionales. Urge diseñar desde esa sociedad civil un plan ambicioso, y a la par realista, de federalización. Y urge que ese plan sea apoyado masivamente por los ciudadanos en las calles de Europa. Sin movilización ciudadana no habrá Europa federal.
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