No sé si han visto las imágenes: María del Monte, tras ser galardonada con la Medalla de Andalucía, es entrevistada por Inmaculada Casal, su mujer. ... Al finalizar, la periodista intenta besar a la cantante, y esta le hace una cobra que deja la de Bisbal a Chenoa en culebra de jardín. A partir de ahí, los palos: María del Monte, abanderada de la causa LGTB+, es una hipócrita por negarse a besar a su pareja en público.

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Al poco de decirnos que era gay, un amigo nos presentó a un ligue. Un sueco, para ser exactos, que mi colega, además de homosexual, también es español y lleva dentro un José Luis López Vázquez que sale a flote en cuanto ve un pelo rubio casi blanco. La pareja pasó un par de días de agosto con nosotros, comiéndose con los ojos entre tapas y paseos, pero sin tocarse: como mucho, un discreto roce cuando, apretujados, intentábamos hacernos hueco en la atestada barra del bar. Al fin, en medio del mar, lejos de la orilla y de miradas reprobatorias y cotillas, se besaron. Después de aquel verano, le conocimos algún novio más, hasta que el último, un tipazo, se convirtió en su marido. Con todos, siempre, la misma contención por la calle. Incluso con su santo.

Mi amigo nació en una España donde ser homosexual era pecado para muchos y delito para todos, según la ley. Así, comenzó a interiorizar un no comportamiento, el de no manifestar sus afectos delante de los demás. No sé si María del Monte esquivó el beso por ese motivo, por pudor, porque no salió de la peineta darlo o por las tres cosas juntas. «Tengo el derecho y la libertad de darle un beso públicamente a mi mujer o no», ha dicho. El derecho y la libertad de querer como queramos a quien queramos y donde queramos. Y que nos duren.

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