Urgente La Lotería Nacional de este sábado deja el primer premio en tres municipios afectados por la dana en Valencia

La vida es lo que pasa mientras tú te quedas encerrado. Le ocurrió a una diputada del bloque progresista que, justo antes de la repetición de la votación decretera, salió a la terraza del Senado a echar un cigarrito. Cuando intentó entrar no pudo, y ... empezó a aporrear la puerta. Al rescate acudió Luis Casal, fumador y periodista de El Español que pasaba por allí porque había ido a hacer lo propio. No habrá solidaridad entre políticos y periodistas, pero sí entre fumadores: lo mismo te dan fuego que te salvan un decreto.

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Yo también me he quedado encerrada muchas veces. Una, que no es moderada ni para eso. En un ascensor, varias. Y en los cuartos de baño, tantas que ya ni las cuento. Peor fue lo de Constantino de Grecia: al ir a pedirle al rey Federico la mano de su hija Ana María, el rey, noqueado ante la petición inesperada, lo encerró en el baño y apagó la luz. No, espera: peor fue lo mío. Me quedé atrapada en la ducha de un hotel. La puerta, acristalada y sin tirador, hizo el vacío y, de paso, me hizo la puñeta. Y ahí estuve durante una hora interminable, sola y enloquecida, como una rata en una jaula de cristal.

Grité y me exfolié y lloré y me lavé el pelo y volví a gritar y me puse una mascarilla capilar y lloré de nuevo y me enjuagué la cabeza. Al fin, y tras encomendarme a San José Luis López Vázquez de Todas las Cabinas, conseguí abrir la puerta con la parte sellada y angulosa de un tubo de gel. Mientras, mis amigos y mi santo estaban de cañas por Madrid; la vida, que pasaba otra vez y yo me la perdía. Cuando mi santo regresó a la habitación, me encontró con el pelo todavía mojado, pero hidratadísimo. «No te vas a creer lo que me ha pasado», le dije. Pero me creyó. El tío, que me conoce.

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