Me encanta como escribe Vargas Llosa. No he leído nada de él, pero le sigo». La frase, que fue concebida por obra y gracia (involuntaria) ... de Sofía Mazagatos, resume perfectamente el nivel de conocimiento popular del peruano y del desconocimiento de su obra, igual que muchos saben de Cela por su supuesta capacidad de absorber agua por vía anal, de Fernando Arrabal por «el milenarismo va a llegar» o de Francisco Umbral por «he venido a hablar de mi libro». Para mucha gente, Vargas Llosa era el novio, o similar, de Isabel Preysler. Y eso da más notoriedad que recibir el Nobel de Literatura. Que se lo pregunten a Jon Fosse. Como doctores tiene este periódico, dejaremos que sean ellos quienes loen la inmensa obra literaria de Vargas Llosa. Nosotros, holísticos como somos, nos quedamos con su figura revistil y con las últimas tonterías que hizo por amor, como salir semana sí y semana también en el ¡Hola!, ser embajador consorte de una empresa de azulejos, dejar que Tamara Falcó le llamara «tío Mario» y aparecer en 'MasterChef Celebrity' porque a la niña le dio por cocinar.
Después, arrepentido, le echó la culpa a la bragueta y lo dejó por escrito, que es algo que tienen en común los grandes literatos y los columnistas canallitas: «Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón», escribió en 'Los vientos'. Pero la justificación más vieja del mundo no pudo ocultar el verdadero motivo de su ruptura: los celos. No los amorosos, sino los literarios: tras pasarse toda la vida buscando las palabras necesarias para alcanzar la gloria, acabó por percatarse de que a Preysler le habían bastado dos para contarse entera: «Todo fenomenal». Era mejor escribidora que él. Y eso no hay autor que lo asuma.
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