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En el programa de Julia Otero en La 1, la 'influencer' Laura Escanes ha confesado que puede ganar 5.000 euros por un solo post recomendando una marca determinada. Explicaba que las empresas le pagan por el impacto que genera en sus seguidores. Un alcance ... que se mide a través de parámetros como el 'engagement' o nivel de compromiso que suscita entre su audiencia. En la cantidad de interacciones y comentarios que recibe por sus publicaciones, en las que cuenta momentos cotidianos de su vida, se refleja ese grado de implicación. Un lazo invisible que su personaje alimenta diariamente para mantener ese vínculo emocional. Como si fuera la mejor amiga de cada uno de los miembros de su comunidad virtual. Ella comparte pedazos de su intimidad y quienes le siguen, muchas veces, pueden llegar a confesarle sus secretos mejor guardados. Y así es como el alcance de su influencia se hace proporcional al volumen de confianza que fabrica en internet. En ese escaparate se fijan las empresas para fichar a los mejor posicionados en cada segmento. No hay nada como que alguien, a quien crees, te recomiende un producto para que lo acabes comprando.
Pero pese a que España es el país europeo con más 'influencers' per cápita, la tarea de lograr el 'engagement' con los ciudadanos no es fácil. En esa ardua labor están quienes aspiran a ser elegidos en las urnas. Y con estrategias de lo más variopintas. Véase sino la esperpéntica moción de censura planteada por Vox. El circo ha provocado ruido y atención aunque no, precisamente, entre los votantes de la generación Z, caladero en el que los políticos están echando el resto. Todos se están esforzando para mostrar cercanía transformándose en el colega, compañero, camarada, socio o vecino más ejemplar en las redes sociales. Cambian el canal pero no el formato que sigue distribuyéndose empaquetado. Los encuentros aparentemente improvisados de Pedro Sánchez con pensionistas jugando a la petanca o tomando café con dos jóvenes en su piso de Parla son citas preparadas -con personas cercanas al PSOE- a las que no se convoca a la prensa. Tampoco a los rodajes de Joan Ribó con los 'tiktokers' de moda a los que ha abierto el balcón del Ayuntamiento de par en par para la 'mascletà', como ha relatado este periódico. Pocos apuestan por el sentido del humor. «No pasaría nada por tirar un petardo, no se va a caer la ciudad... ¿O sí?», decía el alcalde de Madrid antes de encender su primera traca. Aunque la propaganda se vista de seda, propaganda se queda. Aunque no es menos cierto que la sonrisa es el espacio más corto entre dos personas.
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