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Carlos Alsina abrió la veda al preguntarle, frente a frente, a Pedro Sánchez en Onda Cero: «¿Por qué nos ha mentido tanto, presidente?». Sánchez se defendió asegurando que lo suyo han sido «cambios de posición política en algunos asuntos de estado». El líder socialista le ... quiso dar hábilmente la vuelta a ese planteamiento e introdujo algo con lo que cualquiera puede sentirse identificado: el cambio de opinión. Días después y tras unas cuantas entrevistas más, en 'El Hormiguero', Sánchez acabó de rematar su marco mental añadiendo a propósito de esta cuestión el concepto de «rectificar». ¿Significa lo mismo mentir a los demás -y/o a uno mismo-, cambiar de criterio y rectificar? ¿Cuánto vale todo esto en términos políticos? ¿Y morales? Mientras en los medios se detallaban, con minuciosidad forense, los márgenes del engaño poniendo multitud de ejemplos con el presidente como protagonista, en Extremadura se cocinaba a fuego rápido el pacto que la semana anterior había quedado congelado por una serie de principios que María Guardiola estipuló públicamente como infranqueables: «No puedo dejar entrar en gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes están deshumanizando a los inmigrantes y a quienes despliegan una lona y tiran a una papelera la bandera LGTBI». Interrogada -también por Alsina- después de estas declaraciones, desveló lo que haría si la dirección nacional de su partido la presionaba para pactar con Vox. La respuesta de la María Guardiola del 21 de junio fue: «Descarto que pase y, en el caso en el que pasase, yo no lo haría». El ruido de las alarmas de Génova se escuchaba hasta en Mérida cuando Guillermo Fernández Vara volvía a escena reclamando un pleno de investidura. El guión giró de tal manera que la María Guardiola del 30 de junio aparecía firmando un acuerdo de 60 medidas con el candidato extremeño de Vox: «Pongo mi palabra por detrás del interés de los extremeños». Sobre sus propias líneas rojas frente a los de Abascal, aseguró que todo fue «fruto de un enfado importante». ¿Prevaleció el sesgo de autoridad o el ansia de poder?
¿Hasta qué punto los seres humanos son capaces de cumplir órdenes, si con ello actúan en contra de su conciencia? En los años sesenta, el psicólogo americano Stanley Milgram elaboró un experimento para poner a prueba los límites de la obediencia. El ensayo concluyó que la mayoría de la gente -un 62,5% de los participantes- acata lo dictado por la figura que consideran como autoridad legítima aunque eso implique tragarse sus valores y faltar a la verdad. Guardiola se comió su discurso mientras su líder nacional reivindicaba que «sin palabra no hay política».
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