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Hace años, el psicólogo norteamericano Adam Alter documentaba en un libro la relación entre las adicciones a las pantallas y a las drogas. En 'Irresistible: ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?' advertía sobre la manera en que se despierta y se desarrolla, progresivamente, la ... dependencia. Ponía el foco en el origen de estas conductas y señalaba que uno de los principales riesgos del consumo temprano de las pantallas radica en que los padres son incapaces de despegar la mirada de sus dispositivos mientras están con sus hijos. Y esos niños, incluso bebés, aunque no lo parezca observan el movimiento de los ojos de sus cuidadores. Lo hacen de forma instintiva y, después, lo repiten. Así lo concluyeron diversos estudios en los que se colocó cámaras en la cabeza de los progenitores. «Si los padres están distraídos, sus hijos seguirán su ejemplo, porque los padres que no son capaces de concentrarse inculcan a sus hijos los mismos patrones de concentración», indicaba Alter. Los menores son el espejo de lo que tienen delante. Nadie en su sano juicio colocaría cocaína al alcance de un niño. Y sin embargo, en general, se regalan pantallas a los menores dejando que ellos se gestionen los contenidos. Desde hace algún tiempo, se ha establecido la costumbre de que cuando acaban la Primaria e inician la Secundaria 'necesitan' un móvil para estar conectados y localizados. La presión es tal que quien no tiene teléfono corre el riesgo de convertirse en el discriminado, el raro o el excluido.

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Las consecuencias del abuso de la tecnología han llevado a muchos países europeos a prohibir los dispositivos tecnológicos en los entornos escolares. El último ha sido Países Bajos. Lo hará a partir del año que viene para los estudiantes de Secundaria. La explicación dada por su gobierno es de sentido común: la distracción que provocan es inversamente proporcional al desarrollo académico. Las pantallas hacen que se desplome el rendimiento del alumnado. Francia fue uno de los primeros estados en darse cuenta de estos peligros y uno de los pioneros en imponer restricciones. Hace cinco años prohibió el uso de cualquier dispositivo electrónico en los centros educativos. Italia ha seguido esos pasos. En España, con las competencias educativas transferidas a las autonomías, no hay una norma general. Castilla-La Mancha abrió el camino del veto. Continuaron Galicia y Madrid pero la mayoría de comunidades dejan la regulación a criterio de la dirección del centro. La prohibición absoluta es una quimera porque el 98% de los niños de entre 10 y 15 años ya maneja internet de forma habitual. Obviamente no se puede poner puertas al campo. Pero la barra libre desde la infancia es una temeridad. Entre una cosa y la otra debería buscarse urgentemente un término medio.

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