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George Orwell narró en 'Sin blanca en París y Londres' cómo era la vida en la pobreza hace casi un siglo. Un relato, contado en primera persona, de una rutina vil y sórdida de subsistencia. En las páginas de esa obra, de 1933, se mostraba « ... convencido» de que la perpetuación de los empleos inútiles no era más que «el miedo a las masas» consideradas por algunos, sostenía Orwell, como «animales tan rastreros que, si tuvieran tiempo libre, serían peligrosas». Son muchas las horas que se dedican al trabajo. En lo útil o inútil de una labor concreta hay componentes objetivos y subjetivos, determinados por lo que percibe el propio trabajador. No solo influyen las condiciones y salario sino, además, el valor añadido o repercusión en el entorno. Lo que aporta a la sociedad aquel cometido que esa persona realiza durante su jornada laboral. La ansiedad es, muchas veces, el preludio del síndrome del 'burnout' o profesional quemado que termina invadido por la desmoralización. Esa realidad tiene un contrapunto que ya ha sido señalado como 'boreout'. Se produce cuando el empleado sufre un aburrimiento crónico. Una de las causas de este fenómeno radica en un asunto que España debería mirarse: la sobrecualificación. La Oficina de Estadística de la Unión Europea, Eurostat, ratificaba hace poco la primera posición de España en este ranking. Si la media europea que calcula la cantidad de trabajadores sobrecualificados se sitúa en el 22,2%, la tasa española se mantiene en el 35,9%. Los españoles llevamos once años consecutivos capitaneando esta clasificación. Nuestro país puede presumir de ser el estado de la UE que suma más empleados con títulos universitarios y otros certificados de elevado nivel académico que, sin embargo, desempeñan labores en puestos que están muy por debajo de su formación. En materia laboral, España también puede alardear por otros dos motivos entre los Veintisiete: es el estado que lidera la cifra de paro, en general, y de paro juvenil -el que contabiliza a los menores de 25 años-, en particular.
Estar excelentemente formados pero sin que nadie les brinde la oportunidad de un puesto en el que puedan desarrollar todo su potencial. Contra esta terrible paradoja se estampan cada año los recién graduados. Por si fueran baratas las tasas abonadas durante los sucesivos cursos académicos, tras el primer ciclo universitario, se abre el fascinante y no más no asequible mundo del máster de fin de grado. Los hay de todo tipo y se mueven en una horquilla que va de lo caro a lo prohibitivo. Pero son un peaje imprescindible para acceder al mercado laboral en la mayoría de las titulaciones. Numerosas instituciones y empresas venden sus cursos de posgrado como puente directo a la firma de un contrato. Pagar para trabajar.
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