No hay día que pongamos las noticias y no nos atosiguen con las últimas ocurrencias y las variadas locuras que predican los populistas por todo ... el mundo. Trump amenazando a diestro y siniestro con aranceles desbocados, regresando a la época de las guerras comerciales que creíamos haber dejado atrás; Milei con la motosierra acabando, como prometió, con lo poco que quedaba del Estado argentino; Maduro defendiendo el derecho a la juerga de jueves a domingo, que piensa incorporar en su reforma constitucional... Luego están Abascal y sus colegas negociacionistas del cambio climático, que critican los sueldos públicos pero son los primeros que llevan años cobrándolos sin dar un palo al agua; y la señora Ayuso, declarando que es víctima de una «operación de Estado» contra ella y su pareja, investigada por presuntos delitos fiscales. Señora Ayuso: operación de Estado fue la del informe Pisa, cuando durante el gobierno del PP de Mariano Rajoy sobornó a testigos falsos, construyó pruebas y espió a los diputados de Podemos para encontrar cualquier cosa con la que poder destruirlos. Tengo el dudoso honor de haber sido el diputado valenciano que más interés suscitó a la Policía Patriótica del gobierno de la derecha: veintiocho veces buscaron datos confidenciales sobre mí, una persecución política en toda regla. Eso sí es una operación de Estado, y no apuntar hacia un presunto evasor fiscal al que le gusta la fruta.
El populismo quiere ser una amenaza a la democracia, pero es más un insulto a la razón. Pensar que los problemas complejos tienen soluciones sencillas, y que imponer aranceles, expulsar a los inmigrantes, cortar las ayudas a las personas más necesitadas o adelantar las navidades va a solucionar algo en un contexto de complejidad, es desconocer cómo funciona un Estado. Eso no significa que los populistas sean idiotas; por supuesto que no lo son. Hay muchas personas que les votan, y en algunos casos ganan elecciones y gobiernan, por lo que alguna capacidad cognitiva deben tener. El populismo, de hecho, es más parecido a una estafa profesional. Los populistas saben a la perfección qué quiere escuchar la gente para soliviantar nuestros instintos más salvajes y los estereotipos genéticos, aquellos que se refugian en los pliegues del ADN o detrás de las sinapsis neuronales cuando la conciencia duerme. Luego, cuando llega la calma y con ella la razón, estos instintos de supervivencia se apaciguan, porque somos capaces de comprender los diferentes enfoques de la complejidad del asunto. Pero los populistas, cuando llega ese momento, ya han hecho su agosto: han conseguido el voto, o el asentimiento, o que hayamos difundido por nuestras redes lo que parecía la gran verdad y, cuando se razona sobre ello, nadie puede dudar de que es un enorme bulo.
El panorama pudiera parecer desolador, pero lo cierto es que aquí no estamos tan mal. Y no lo estamos porque desde hace mucho tiempo hemos apostado por la democracia que, en su naturaleza, es reacia a los populismos y, en general, a los extremos. En nuestro caso, la combinación democrática que disfrutamos de Constitución en nuestros Estados, y de Europa en nuestro horizonte, nos lleva beneficiando décadas. En estos momentos, los conflictos bélicos dentro de las fronteras de la Unión Europea están totalmente descartados y no hay ninguna posibilidad de que resurjan mientras se mantengan las condiciones actuales, pero no podemos olvidar que hemos vivido los primeros ochenta años de paz de toda nuestra historia. La estabilidad monetaria que disfrutamos con el euro debe hacernos recordar que hace veinticinco años aún se producían movimientos especulativos contra la peseta o la lira italiana. Pasamos de un país a otro sin controles de pasaporte ni visados porque el proceso europeo acabó con buena parte de la asfixia de las fronteras. Sin las medidas que se tomaron desde la Unión Europea hubiera sido difícil hacer frente como se hizo a la pandemia del Covid-19. Los chinos y los norteamericanos se burlan de nosotros porque dicen que solo sabemos hacer reglamentos, pero gracias a eso disfrutamos de un entorno regulado que a los del Este les proporciona la dictadura y los del Oeste sencillamente carecen.
No nos gustan los populismos, porque conocemos su naturaleza y sus consecuencias. De hecho, como se ha podido experimentar en la historia de la humanidad, los populismos no son bien recibidos en las instituciones democráticas, porque su zafarrancho de combate es el chisme, el bulo, la manipulación y el reduccionismo. Tampoco en Europa cae bien. En el Parlamento Europeo, el populismo de extrema derecha gira en torno a los que se hacen llamar «Patriotas» -el 10%- cuyo nombre, desde luego, no se refiere a la Nostra Patria Europa, como la llamaría Alcide de Gasperi. Se refiere a sus Estados, a sus reductos, a sus cotos o, lo que es lo mismo, a su cortedad de miras. Ya De Gaulle usaba el concepto «Europa de las patrias» que, en el fondo, no era más que una Europa sumisa a la voluntad de los Estados, sin poder ni parecer propios; de hecho, a punto estuvo de cargarse durante su gobierno la Europa de los seis, que cuestionaba el chauvinismo y «la grandeur de la France». Afortunadamente, no lo consiguió, y antes se lo cargó a él el Mayo del 68 y las reivindicaciones populares. Al populismo se le ve de lejos y, aunque parece avanzar a zancadas, en verdad tiene las patas cortas.
Es cierto que algunos países de la Unión Europea no se han librado de experiencias populistas de quienes aprovechan la generosidad y los recovecos de la democracia para hacerse un puestecito entre el dinero público. Ya he mencionado algunos ejemplos locales que ganarían el cásting para una película de Berlanga, pero podría haber sido peor cuando, usando las artimañas que conocen bien, se han hecho con algún gobierno. Afortunadamente, la Constitución y Europa son capaces de dar brillo al carbón. El caso de Giorgia Meloni es paradigmático: de origen humilde y familia desestructurada, la política le sirvió para huir de un destino probablemente poco agradable y cambiar su rumbo vital. Su discurso ha evolucionado desde los elogios de adolescente a Mussolini y el aeiou populista que aprendió con papá Berlusconi a una argumentación de cierto calado y con sentido de Estado. En 2022 el partido de Meloni, Fratelli d'Italia, obtuvo el 26% de los votos, y con ello se hizo con la presidencia del Consejo de Ministros. Reivindica ser cristiana, antiabortista y contraria al matrimonio igualitario, pero en Italia las mujeres siguen pudiendo abortar en las mismas condiciones que antes y el matrimonio entre personas del mismo sexo sigue sin ser legal, pero cabe la unión civil, como antes. Sus medidas estrella han sido el endurecimiento de penas para los infractores, la reducción de la carga fiscal para personas trabajadoras, el control de la inmigración irregular y el impuesto de los beneficios extraordinarios de la banca para aliviar la presión de las hipotecas. Meloni, que es inteligente, puede salir en la foto con Trump y desquitarse en los mítines de Vox, pero no parece que sea una dictadora ni que sus políticas, nos gusten o no, hayan desatado a todas las bestias. De nuevo, la Constitución y Europa prevalecen.
Otros populismos en la Unión Europea se han adaptado a las condiciones democráticas o han muerto. El caso de Orban, que sigue siendo el más preocupante, ha mantenido a Hungría en la UCI por su flirteo con Rusia, pero no tengan ninguna duda de que, de no haber pertenecido a la Unión Europea, Hungría no hubiera condenado la invasión de Ucrania y apoyaría sin remordimientos el régimen sátrapa de Putin. En Polonia, Jaroslaw Kaczynski no duró mucho con sus veleidades ultraderechistas. Cuando, finalmente, endureció su discurso hasta el punto de que algunos en la Unión Europea se plantearon seriamente suspender a Polonia temporalmente de su status quo de Estado miembro, fue el propio electorado en que le dio el finiquito en las elecciones de octubre de 2023.
Al populismo se le hace frente y se le derrota con argumentos, porque carecen de ellos. Por eso los regímenes populistas son vencidos por la democracia más tarde o más temprano. Ellos, que vociferen, insulten y griten. La democracia, a lo suyo: a construir sociedades cada vez más empoderadas, igualitarias e inclusivas. El tiempo, una vez más, nos dará la razón.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.