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El ayuntamiento de un pueblo citrícola valenciano, con una pujante producción naranjera de reciente expansión, decidió invertir en publicidad con la intención de contribuir al ... afianzamiento de la principal actividad económica del municipio. Para ello montó una campaña que se materializó con grandes cartelones en los autobuses de Valencia, indicando a los viajeros y viandantes de la capital que dicho pueblo produce las mejores naranjas. Dando por supuesto que así será, aunque también es lógico pensar que otros muchos podrán decir lo mismo -de todo hay en las viñas del Señor-, el problema planteado a continuación era dónde poder adquirir las naranjas anunciadas, para que se cumpliera la intención del esfuerzo inversor; en qué lugares podría encontrar el consumidor el ansiado producto y además sin ninguna duda en cuanto a su origen.
Preguntamos exactamente eso: adónde podía dirigirse alguien cautivado por la publicidad de los autobuses para comprar y degustar las mejores naranjas. Nos respondieron que si no queríamos fallar tendríamos que ir a dicho pueblo, porque, evidentemente, no había -ni hay- manera de saber en las tiendas y supermercados de qué localidad proceden las naranjas y clementinas a la venta; ni siquiera si con seguridad se criaron en tierras valencianas. La realidad es que en la mayoría de las instalaciones y almacenes de selección y envasado se mezclan a diario las producciones de distintas procedencias y de allí van a los puntos de venta con la única identificación de lo reglamentariamente obligado: variedad de la fruta, tratamientos post cosecha y datos de la firma comercializadora.
Lo más llamativo de una acción publicitaria de este tipo es la pretensión de que entre los habitantes de la ciudad de Valencia llegue a florecer la voluntad de viajar hasta un pueblo de la provincia para comprar naranjas, cuando están rodeados de tiendas y pueblos con enormes abanicos de diversidad y calidad. Uno de tantos ejemplos bienintencionados que en la práctica se acaban diluyendo en el vacío. Porque es de mucho mérito centrar la intención de vender en una ciudad que es el centro de una región saturada de producción, en vez de irse a mercados distantes. Como si un pueblo vinícola de La Rioja se anunciara sin marca y sólo en Logroño. Y tampoco se entiende que se pretenda vender algo que el potencial cliente no va a poder encontrar de forma diferenciada, porque no se ha hecho nada para que lo identifique.
Bienvenidas las ansias de hacer algo para vender más y mejor, pero hay que tener claro que no basta con carteles en plan 'Coma naranjas', sino que hay que trabar estrategias inteligentes, multidisciplinares y de largo alcance para ser eficaces.
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