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No es caricatura ni una pose interesada. Siempre sentí que aquel título de Liga de 1971 fue un título auténtico, la mejor alineación que podíamos ... conseguir, y que daba hasta para quedarse a vivir y recrear aquel momento preciso. De ahí tantas insistencias en esa recreación de un Valencia, el de Vicente Peris, el de Merchina, el de los Claramunt, que se convertía en un viaje que valía la pena repetir una y otra vez. Vivimos en un mundo que se obsesiona con la novedad, cuando lo auténtico, desde que el mundo es mundo, consiste en repetir, en la salmodia, en la melodía de las oraciones, que puede ser también una alineación. Llegas a pensar que te gusta el fútbol precisamente por eso. En la medida que el fútbol te conduce y te recupera para la vida. Cuando no se convierte en estadística, sino en memoria fecunda. Cuando no se preocupa por el porvenir, sino en el disfrute generoso. Solo algunas veces coinciden la bondad y la amistad, y puede que todo consista en construir los recuerdos y hacerlos esa imagen que no necesita ser fotografiada para ser cierta. Porque cuando la tierra es buena, las raíces precisan de muy poco para crecer. El caso es que de la traca del gol de Forment vino una paella el sábado en ese territorio bellísimo que es un valle, que son valles, entre Almenara Sagunt, Faura, Quartell i Quart de les Valls, la cercanía incluso de Algar, en el que lo preciso es la visión próxima pero lejana del mar, sin la obsesión del mar, la brisa adecuada, la sombra desprendida, la temperatura exacta, palabras que no son otra cosa que palabras. Gestos sin liturgia acartonada. La mirada atentísima de Forment. Lahuerta en una mecedora imaginando libros, sin necesidad de que sean libros. Sin palabrería. La gran hazaña para la literatura valenciana potentísima que ha de venir, sería imaginar esas historias que pensó Lahuerta en la mecedora. Ese mundo tan cercano, a un rato de Valencia, es uno de los grandes secretos guardados, que no conviene publicitar demasiado para que no acabe siendo parte de un reportaje que lo estropee. Una traca fue el origen de todo lo que ha venido después, que es ahora amistad, y cuando sucede surgen los imprevistos. El anfitrión, que es anfitrión de horno, promesa de nuevos encuentros, resulta ser cuñado de uno de esos amigos de Facultad que la vida te esconde: Remigio Queralt Marqués. Con tan solo una llamada, acude a compartir la mesa, y todo vuelve con la atronadora sencillez de lo que fue. El Mundial del 82, el Dami de Benimaclet. Remi Queralt, Enric Marqués, distintas ramificaciones de los Barelles, Paco Morera, Ferran Ortolà y hasta Jaume Oller Ivars y el Pepe Ciscar de entonces, y Paco Pons, el de Gata. Después no fuimos mejores que lo que ya éramos entonces. Porque a esas raíces solo les hace falta un poco de riego para que reaccionen, y las ramas se agitan y vuelven a ser lo que fueron, cierta representación de la vida, un instante de serenidad, la fotografía que se conserva y no se exhibe en una red social. Del tiempo pasado surgen conversaciones, profesores, aquellos exámenes que suspendimos inevitablemente, distraídos por la vida y los partidos de fútbol, y que hoy se convierten en exámenes aprobados. Acaba la tarde, y uno intuye que habrá más encuentros, y volvemos a Valencia con el bueno de Antón, y sientes que, en tu currículum, en una redacción imaginaria, ya podrás consignar que comiste de una paella hecha por Forment, y que esa paella te devolvió una amistad, y sin saber por qué, por nada en concreto, sabes que volverás a Mestalla, y pensarás en Jaume, y le tendrás el mismo respeto. Puede que todo consista en comprender y asumir eso.
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