Reconozco que ando perdido entre tanto caos normativo. Como ante esa pared abarrotada de iconos. Imagino un futuro no muy lejano, tal vez ocurra ya entre las paredes de algunos despachos, en el que serán necesarios funcionarios expertos en desentrañar tanta ley, tanto reglamento, tal ... cantidad de procedimientos, seres humanos que hayan estudiado artes específicas para desbloquear el arcano de los requisitos, los documentos a aportar en cualquier de los millones de ventanillas, que nos sepan decir exactamente cuál es la adecuada. Pienso en estas cosas mientras escribo en la terraza de un establecimiento cercano a mi casa donde hace unos mochis estupendos, aunque me cuesta concentrarme porque al lado hay una chica con un precioso guacamayo azul que mira con desconfianza a un pobre y tembloroso ejemplar de chihuahua que acaricia un tipo barbudo cuyo bíceps equivale a dos o tres de mis muslos. Así es la vida a veces. A los bichos los veo bien, parece que gozan de buena salud. Me preocupan más los dueños, la del pájaro parece no comer todo lo que un ser humano precisa y el otro alberga en su interior muchos botes de proteínas. Parece que le van a explotar las venas que lucen como un Amazonas sanguíneo en su pelado cráneo. Me tienta preguntar si tienen a los animales asegurados a todo riesgo o sólo a terceros, o si han hecho algún cursillo sobre tenencia de fieras tan peligrosas para el resto de los mortales. El perrito, que se llama Taylor por la cantante, supera su timidez y se lanza a lamerme un dedo de la mano. Bromeo con el dueño sobre las posibilidades de que me cause una herida profunda. No hago lo mismo con la del guacamayo, que despliega sus alas y se exhibe sin pudor, como un veterinario rico con tanta norma.

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