La truculenta (vamos a poner el tópico adjetivo en la primera línea) y, por otra parte, fascinante historia de los ladrones de cadáveres añade unas gotas más a la conocida mancha negra que se extiende como un ectoplasma sobre Valencia. Capital de lo oscuro, ciudad ... de matices sangrientos y esotéricos en la que las sorpresas nunca tienen techo. Eso nos parece a nosotros, aunque creo que los anglosajones se llevan la palma, comenzando por Stevenson que ya publicó en 1884 'The body snatcher', que aquí se tradujo por 'El ladrón de cadáveres', aunque es más ajustado decir 'El profanador de tumbas'. Y, sea cual sea la traducción, ya tocaba el asunto de los robos de tumbas y cadáveres con destino a los estudiantes de Medicina, aunque en el relato el asunto se fue de las manos y los protagonistas acaban matando directamente para asegurar el suministro. Recuerdo haber visto en Logierait, en el escocés condado de Perth, un cementerio con abundantes tumbas protegidas por jaulas de metal y cerca de Glasgow una tumba totalmente metálica. Buscaban protección ante los ladrones, que en uno de esos maravillosos giros del lenguaje eran conocidos como «resurreccionistas». Se trataba de un negocio lucrativo y no muy complejo ante el que las autoridades solían hacer la vista gorda, además no conllevaba penas muy grandes en caso de detención. Con el tiempo y la imaginación hay quien cree que esos sepulcros con rejas tratan de impedir el regreso de los no muertos. Y es que los cadáveres y sus historias, en especial los ajenos, han despertado desde siempre la curiosidad de los vivos. De modo que, puestos a pedir, en un giro a la altura de Valencia, lo idóneo es que fuera sustraído el del diácono octogenario que amaba a los muchachos pobres.

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