La foto la tomé hace unas semanas en una hermosa biblioteca de Seúl, la Starfield Library, visita obligada para todo turista de bien y parada imprescindible para el postureo juvenil (y no tanto), ávido de decorados espectaculares y arquitecturas minimalistas. El caso es que, aunque ... es posible leer en este lugar, casi nadie lo hace porque es más bien un decorado que forma parte de un gran centro comercial más grande de la ciudad en pleno corazón del distrito Gangnam-gu, que lo mismo le suena porque aquella famosa canción del coreano que bailaba Gangnam style. En el lugar se podían contar con los dedos de una mano quienes tenían un libro entre ellas, cuatro si no me equivoco, de los que tres dormían plácidamente con un tomo en su regazo. Una muchacha en un rincón, un abuelo empotrado en el marco de una ventana y el de la imagen, que descansaba de la vida con la palma de su mano derecha hacia arriba. Porque llega un momento de la vida, al menos en mi caso, que la lectura nos produce además de los placeres propios al desplazamiento de nuestra mirada sobre unas líneas paralelas los derivados de la somnolencia, primero, y el posterior sesteo. Por más idílico y ruidoso que resulte el entorno. La cuestión es que hace tiempo me atormenta algunas dudas, ¿he leído todo lo que debía? ¿me he de sentir culpable por dejar algunos ejemplares apenas comenzados en el camino? ¿es conveniente mezclar autores de diferentes intensidad literaria? ¿qué pasaría si ya no leo más o si escribo algo que nadie leerá nunca?. Pensé en esos libros que llenan las altas paredes de la Starfield Library, inalcanzables , convertidos en una decoración, en un muro donde murieron las ilusiones de sus autores. Y de quienes quisieron leer.

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