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En un principio, todo monstruo ha venido a sembrar el caos. Se supone que es su principal cometido, era dedicarse a asustar viejas y amedrentar a niños (a ser posible causando traumas de larga duración) provocando un estado de desorden que aquellos que están en ... edad aprovechaban para darse a los placeres carnales en un contexto al que los viejunos del lugar se referían como de relajación de las costumbres. Eran otros tiempos de los que, borrados ya de la realidad los seres deformes y oscuros (ya no dan miedo) quedan vestigios superficiales, representaciones y evidencias objetivas de colonizaciones culturales como el Halloween, que llena las calles de jóvenes que aprovechan la excusa para el botellón, la versión revisada del ocio de sus antepasados. Pero el asunto eran los monstruos y su naturaleza, seres que ahora ya no entran en las casas con los rostros pintados ni hacen tañer cencerros cuando cae la tarde, se trata de otros entes inmateriales (al menos no son de carne y hueso) que ya están cómodamente instalados en nuestras vidas y se asoman a ella en las pantallas que con tanta inocencia manipulamos para verlo todo; el terror viene a nosotros de forma sigilosa, vigilante, movido por pérfidos algoritmos diseñados para destruir nuestra intimidad, para conocer nuestros pensamientos (mejor si son turbios, excelente si resultan pecaminosos) y también nuestros pasos. Lo que antaño nos causaba miedo ahora nos da risa, mientras permanecemos ajenos a aquello que tendría preocuparnos de verdad, la pérdida de nuestras vidas, el control, el sometimiento dócil, la moderna y voluntaria esclavitud a la que ya nos han acostumbrado las máquinas en el conticinio (qué bella palabra) de cada noche
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