Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia

Vivimos rodeados de mensajes que nos invitan a explorar nuestros límites. Nos dicen que podemos correr cada día un poco más hasta acabar de rompernos todas las articulaciones y que podemos bailar como si fuéramos adolescentes aunque seamos octogenarios. Nos hacen creer que el que ... está gordo es porque quiere y el depresivo un inútil sin fuerza de voluntad, se fía todo al mero hecho de querer, como si el deseo fuera causa suficiente, como si el esfuerzo fuera el remedio a todos los males. Particularmente, detesto este culto oficial a la felicidad y observo en la mayoría de esas señales claros intentos de canalizar la ansiedad de las personas para obtener beneficios comerciales. En el fondo se trata de que no aceptemos nuestros cuerpos ni nuestras mentes y luchemos, haciendo esto o aquello (comprando algo, claro), para alcanzar un imaginario bienestar que llenará nuestros hogares de seres optimistas repletos de endorfinas cuando la realidad es que la vida y el optimismo rara vez siguen el mismo camino. Existen algunos seres humanos que logran vivir en armonía con su interior y transmiten ese brillo especial que podríamos considerar un signo de la pura belleza del amor y el resto, la inmensa mayoría de los mortales, nos hemos de conformar con sucedáneos baratos, con satisfacciones de fin de semana. Es una lástima que no se promuevan, por ejemplo, la alegría del conocimiento, la salud de la sabiduría o el placer de una conversación elevada. Pero está visto que nuestra tendencia natural es repetir lo mismo que haga el grupo mayoritario, ir todos de la mano hacia el abismo cantando los últimos éxitos, felices por estar a punto de superar nuestros límites mentales, contentos con nuestros cuerpos perfectos.

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