El punk no ha muerto

Hoy voy a romper, para hacer honor al tema y a la fotografía, una regla absurda, la del blanco y negro. Porque esta imagen la pide y si la privo de sus tonos naranjas pierde fuerza e interés. En ocasiones, aunque es conocida mi devoción ... por las escalas de grises, la realidad impone otros criterios y no hay mejores criterios que aquellos que uno puede cambiar a lo Groucho Marx. El punk es un ejemplo. Aquel movimiento musical, pelín grosero, poderosamente estético y divertidamente superficial, nos dio a los que en aquellos años fuimos jóvenes momentos inolvidables junto a otros que no recordamos o aparecen en nuestras mentes envueltos en una nebulosa generacional repleta de noches salvajes. Dónde estarán ahora las canciones de los Dead Kennedys, a dónde han ido a parar los Ramones, convertido en iconos para adolescentes que compran camisetas baratas con sus nombres sin saber qué significaron. Así es la vida, un monstruo que lo procesa todo, incluidos los nihilistas que reniegan del futuro, gentes que con los años van perdiendo el pelo y las energías, seres humanos que se reproducen y reniegan de las pintas y los gustos musicales de sus hijos igual que hicieron nuestros padres. Aunque quiero creer que más allá de la estética siempre nos queda un rescoldo contestatario y que ojalá, con la madurez, haya sido posible transformar el insulto de la juventud en una especie de madurez crítica. Es mucho pedir, lo sé. Porque la industria del consumo devora cada atisbo de rebelión y la vomita convertida en nueva línea de maquillaje o en tendencias de calzado para el próximo invierno. Tal vez las crestas fueron el último bastión, el irreductible, el que nadie pudo vencer salvo la inevitable alopecia del destino.