Romper el arte

Tal vez resultaría más coherente que los muchachos que se dedican a reclamar el fin de las explotaciones de hidrocarburos (vestidos con sudaderas fabricadas con derivados del petróleo) golpearan con sus martillos algún Ferrari, que una obra de arte más vinculada al asunto de su ... preocupación. También se podrían dar en los huevos, si son chicos, y dejar tranquilos los museos, sean del arte que sean, condenados a ser algunos de los pocos lugares en los que el ciudadano puede disfrutar de la belleza y la reflexión. Claro que los muchachos y muchachas salvadores del planeta buscan obras muy famosas, como la de Velázquez del otro día, que les aseguren la atención, la dichosa atención que cada ser humano reclama desesperadamente desde el pequeño rincón de su teléfono móvil desde que el mundo se ha convertido en una barra de bar sin fronteras en la que el discurso de los idiotas y el de los sabios pesan lo mismo y donde ganan siempre los primeros porque su número es infinito y la cantidad de ruido que producen (también la de basura) es capaz de enterrar cualquier luz del conocimiento. Porque resulta, claro, que el arte marca por su propia naturaleza ese límite entre el saber y la ignorancia. Porque lo que no saben estos iluminados de los vídeos virales es que su esfuerzo por destruir un cuadro constituye un síntoma claro del mismo fin contra el que aseguran luchar. Con esos martillos se suicidan y nos aniquilan a todos, matan el espíritu de Velázquez, de Rafael o de Monet, de tantos miles de artistas que fueron de verdad revolucionarios, que consiguieron llamar la atención con el trabajo de sus manos y sus mentes, que hicieron con mucho sufrimiento que este planeta fuera un lugar mejor. También para los imbéciles.