Un sueño con perros y ovejas

Llevo unos días pensando en asuntos un tanto difusos. Algo habitual en mi caso, acostumbrado desde niño a una nebulosa intelectual, mezcla de insomnio, depresión, lecturas erráticas, aunque casi siempre serias, alejadas de la realidad. Ahora, por ejemplo, ando enredado entre Simone Weil (qué mujer ... admirable), Albert Speer (cuyo brillante relato autobiográfico no me acabo de creer) y David Foster Wallace (a quien admiro con todas mis fuerzas telúricas y concupiscentes). Bueno, tonterías. Sueño a veces con perros que corren tras ovejas, como aquel granjero, Cliff Young, que ganó la primera ultramaratón entre Sidney y Melbourne (875 kilómetros) equipado con un ligera chándal, botas de goma y los dientes postizos en el bolsillo. Ganó porque era pobre y se había criado trabajando con el ganado (corriendo tras él durante días) y sabía mantener un ritmo lento pero estable durante días. Sin dormir, o siendo capaz de hacerlo sin detener su marcha, incluso teniendo sueños, como he dicho, similares a los que acechan en ocasiones. Es curioso, cuando tomé esta fotografia de Selki (es el nombre del can) corriendo tras el rumiante tuve un déjà vu en el que lo onírico y lo real se cambiaban los papeles. También me acordé de la escena cuando hace poco culparon a unos lobos de la muerte del ganado, acusación que resultó ser falsa, claro. Pero que ya ha caído en el olvido, como todo. Vivimos tan pegados a una supuesta verdad que se renueva a cada instante (eso que llamamos información) que olvidamos, desde nuestra atalaya, la fortaleza que tienen los seres ajenos a las ventajas de la vida moderna. Nosotros, algunos, nos encerramos a leer. Ellos simplemente hacen, como el granjero Young, y su ritmo es imparable.