Viajeros o lo que sea

Todos odiamos el turismo de los demás mientras queremos elevar el nuestro a la categoría de aventura única y especial, renegamos de los ingleses borrachos, de los escandalosos italianos y de los enérgicos germanos (que conocen nuestro país mejor que nosotros), nos molestan sus pieles ... quemadas por el sol, sus desayunos estrafalarios, nos disgusta cómo conducen, incluso su mera visión nos inquieta. En cambio, imaginamos un mundo idílico y exclusivo cuando somos nosotros quienes deambulamos como zombis por las calles de sus ciudades, nos ponemos más intensos que Bambino reconstruyendo nuestra vulgar experiencia de lugares comunes, tópicos, postales y postureos. Porque lo cierto es que salirse de los carriles establecidos es muy complejo y, por cierto, mucho más caro. Para empezar conlleva la renuncia a los lugares más famosos, hay que ir a Paris sin visitar el Louvre, a Florencia sin ver el David o a Nueva York sin apatrullar, que diría el Fary, la Quinta Avenida. Los ejemplos sin infinitos. Incluso si pensamos que puede ser más interesante ver qué hay en Lyon, Tarento o Des Moines. Es decir, abandonar los previsto, llegar a otros lugares en los que en vez de rutas organizadas podamos encontrar a seres humanos con los que compartir historias. Y, a pesar de nuestro empeño, siempre vamos a ser el turista que llega de lejos y no se entera de nada. Perdidos en otra cultura, en otro lenguaje y otra carretera. Curioso dilema que nos conduce a algunas preguntas. ¿Viajar es necesario? ¿los lugares a los que vamos nos permiten hacer cosas diferentes? ¿no se trata, sin más, de huídas hedonistas?. A saber. Los turistas no estamos muy pendientes de las preguntas profundas, dejamos eso para los que vengan detrás.