Me golpeó fuerte el mensaje del asistente, que apareció en la pantalla de mi móvil: «Las respuestas generadas por la IA pueden ser imprecisas o ... erróneas. Compruebe las respuestas y las fuentes».

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Quedé impresionada. Tengo que discernir con mi inteligencia humana, qué información me transmite la aplicación, con el fin de no aceptarla como válida, sin una reflexión previa y para no beber en fuentes contaminadas por una invención tecnológica. En el ámbito universitario, un software controla el plagio en las tesis y los trabajos de grado, que pueden estar elaborados por la inteligencia artificial, obligando a repensar el sistema de evaluación. Es curioso, se desarrollan aplicaciones para controlar la veracidad de los contenidos de otra aplicación. En la educación, estamos obligados a discernir el uso de las tecnologías en el aula, son una herramienta para la enseñanza, que se adapta al ritmo de aprendizaje de cada alumno y atiende de forma individualizada las necesidades. Sin embargo, no puede sustituir al maestro, que con el sentido ético de la vida transmite las limitaciones y peligros en el uso de los sistemas inteligentes. Un apunte, la prohibición de móviles en las aulas ha mejorado la convivencia entre el alumnado.

Expresa la neurociencia y los pedagogos de sólida formación, que leer y escribir, nos hace más humanos y más inteligentes. Poder expresar las propias ideas, indica que deben ser adquiridas previamente de forma crítica y rumiadas personalmente. La capacidad de concentración en la lectura ayuda a profundizar y a desarrollar la atención.

Esto favorece el seguir aprendiendo, labor infinita para todas las personas, incluso para las que padecen, por la edad, un deterioro cognitivo. Leer un libro antes de dormir rebaja el estrés, por el contrario, el uso de las pantallas dificulta el trabajo de la melatonina (hormona del sueño) y el descanso defectuoso tiene efectos nocivos para la salud.

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Estamos conectados, pero necesitamos estar comunicados. Relacionarnos desde lo más profundo, escuchar con atención y comprender lo que la otra persona quiere revelar de sí misma. Nos encontramos ante el reto de cuidar la comunicación interpersonal en una sociedad que nos desvincula y nos relaciona por algoritmos. Dependemos como usuarios de Internet, de que nos dirijan hábilmente a visionar lo que nos puede interesar y se abren nuevas plataformas con inéditas posibilidades, siempre ligeras e inmediatas. La esfera pública de nuestras vidas se expande, gracias a los big data, alimentados por decisiones rápidas y superficiales.

Resulta muy humano realizar una llamada telefónica o sentarse a tomar un café mientras compartimos vida y milagros, pero ya queda anticuado. La proximidad virtual va ganando terreno, es más cómoda, menos comprometida y finaliza al pulsar una tecla.

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Estas navidades muchos de nuestros mayores han recibido un aparato con el que hablan, les obedece y cumple sus deseos para escuchar música, noticias...llaman progreso a una máquina que rellena soledades familiares.

La naturaleza tiene su ritmo de crecimiento, con la lentitud precisa para que todo se desarrolle en armonía, también en el ser humano; es precisa la paciencia, que ayuda a llegar más lejos y mejor, a saborear los pequeños logros alcanzados a base de tiempo y dedicación, la profundidad en el pensamiento no se improvisa, la creatividad requiere sosiego para explorar nuevas ideas. Los entornos digitales impulsan a obtener información veloz y superficial, la mayoría de artículos indican ya los minutos de lectura, para desechar los que requieren más tiempo. Se impone la multitarea, para llenar los huecos del alma, cuando lo necesario es el silencio para entrar en el hondón humano, allí donde se tejen los hilos de la propia biografía.

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Es aconsejable ir por la vida con los ojos abiertos para darse cuenta de las necesidades de las personas, para tomar conciencia de los sufrimientos de la gente, no es algo ajeno a cada uno como ciudadano. La humanidad mejora cuando hay colaboración y diálogo para lograr juntos el bien común. Los cascos en los oídos nos ensimisman en lo que nos interesa, caminar mirando devotamente el móvil, nos aísla de las realidades humanas. Los ojos despejados permiten tener empatía, mirar y pararse para servir, ayudar y compartir, esta es la tarea humana, que no te diseña ninguna App.

Cuando realizas gestiones por Internet, llegas a un punto del formulario en el que te plantea una cuestión para demostrar que no eres un robot. Escribes la respuesta y entonces el sistema informático te da la «categoría de ser humano» y puedes continuar el trámite, resulta chocante ¿Qué ocurrirá cuando la IA pueda responder adecuadamente, también estará certificada como humano?

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*SECRETARIA AUTONÓMICA DE ESCUELAS CATÓLICAS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA

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