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Ya sé que se ha escrito profusamente sobre el amago de retirada de Sánchez estos días; en este periódico varias veces por parte de sus ... columnistas, con las que me he reído y disfrutado. La risa y el disfrute vienen de la ironía y el análisis corrosivo que han destilado sobre lo que significa la última maniobra del presidente para la democracia española, y cuando en realidad el asunto es de extrema gravedad (nada menos que un intento de manipulación en toda regla, un golpe bajo a la credibilidad de nuestro sistema político) nada mejor que la inteligencia para contrarrestar tanta desfachatez. Sin embargo, me gustaría añadir un elemento más para el análisis en relación con lo que implica la carta de 'me lo estoy pensando' desde el punto de vista psicológico del personaje.
Me parece evidente la existencia de un patrón. A lo largo de su trayectoria política Sánchez ha demostrado una gran capacidad para responder con acciones sorprendentes cada vez que su posición se veía amenazada, bien en su intento de conseguir el poder, bien en su esfuerzo por conservarlo. Los dos mejores ejemplos, son a mi juicio, estos: en su campaña electoral promete llevar a Puigdemont a la justicia, pero cuando busca formar gobierno afirma todo lo contrario y se convierte en el blanqueador de todo el episodio independentista; tras las elecciones autonómicas desastrosas par su partido, al día siguiente convoca las elecciones generales, lo que quita todo protagonismo al análisis de las consecuencias de tan severa derrota y se pone el foco en un nuevo escenario.
¿Qué buscaba Sánchez con esa carta? Observen que se trata de algo inédito en Europa y totalmente ajeno a su personalidad, de acuerdo con lo que ha demostrado hasta ahora. ¿Cómo es posible que un presidente de gobierno, capaz de enhebrar un proceso político tan complejo como la amnistía de los condenados por el 'procés' -con lo que supone en términos de división de la sociedad, desgaste de las instituciones y crisis constitucional- se achante ahora porque un juzgado admita a trámite investigar a su esposa, algo que probablemente acabará en nada? La respuesta es que no es nada creíble, no encaja con el autor (es un decir) de su libro 'Manual de resistencia'. Hace tiempo que le definí como un 'ilusionista' en esta columna: miramos a donde quiere que lo hagamos. Él dirige el espectáculo. Y ahora piensen un momento lo que ha conseguido la misiva. Él como víctima, su gobierno progresista acechado por una ola reaccionaria que ha de pararse so pena de que perezca la democracia. «O yo, o el caos», es la alternativa que nos da. Un nuevo truco del ilusionista: estamos de nuevo en sus hábiles manos. ¿Seremos capaces de abrir bien los ojos?
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