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El 7 de agosto de 1974, el funambulista Philippe Petit logró una proeza extraordinaria, esa que te deja asombrado con un sentimiento profundo de incredulidad. ... Después de una preparación exhaustiva (que supuso introducir un material extraordinariamente pesado de forma clandestina la noche anterior y trabajar sin descanso componiendo la estructura para lo que iba a suceder), a las siete de la mañana, Petit tomó su barra de balanceo y se dispuso a cruzar el espacio que separaba las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, a 400 metros del suelo. Durante una hora estuvo yendo y viniendo, se arrodilló, saltó por el alambre e incluso bailó. La policía asistía impotente pero fascinada, al igual que la multitud de neoyorquinos que no daba crédito a lo que estaba viendo y que se volvió loca aclamando al artista francés cuando terminó su paseo entre las nubes.
Como ven, se cumplen estos días cincuenta años de la gesta, solo que ya no existen las icónicas torres. Es el mundo de ayer, cuando la amenaza global terrorista que en buena medida ha definido buena parte de la vida del siglo XXI ni siquiera podía imaginarse. No es que fuera un mundo idílico, desde luego que no: había guerras, y crisis del petróleo, y Europa conocería el azote del terrorismo en España, Italia, Reino Unido y Alemania. También, en el ámbito de la política, el mes de agosto de 1974 fue el año en que dimitió Richard Nixon a consecuencia del caso de espionaje Watergate, destapado en 1972. Su impacto mundial fue indiscutible, un icono cultural del siglo pasado, con la correspondiente película de Hollywood ('Todos los hombres del presidente') y todo tipo de tratamiento en la cultura popular.
La lectura de estas dos efemérides de hace justo cincuenta años me deja un sabor amargo. La proeza de Petit, a pesar de todo, fue un preámbulo a una época optimista, que iba a contemplar la (increíble) caída del bloque soviético, y aunque tuvimos la dura experiencia de la Guerra de los Balcanes, esta se justificó como el resultado de las tensiones de la pérdida de la mano de hierro soviética sobre sus territorios. Visto desde ahora, con el terrorismo como una amenaza constante y con las guerras de Ucrania y Gaza, no parece que el tiempo pasado nos haya dejado en un lugar mejor. Esa sensación de decepción es más profunda con la política, en EE.UU. y en el mundo: Watergate parece ahora una mera travesura en comparación con lo que hemos visto en aquel país y su onda expansiva en el resto del mundo. El nivel de la clase política parece retroceder en el tiempo, lo que es una pésima noticia, porque los problemas cada vez son más complejos y universales. Pero así está el mundo cincuenta años después.
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