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Conseguir que los estudiantes tengan una buena capacidad de atención y concentración es algo fundamental. Empieza el curso escolar, y si tuviera que resumir un ... ideario pedagógico en dos líneas sería este. No es baladí que los países escandinavos hayan restringido el uso de las nuevas tecnologías en las aulas, o que algunos de los iconos de las empresas que nos han inundado con sus máquinas inteligentes hayan expresado públicamente que someten a sus propios hijos a un férreo control de su uso. Hay muchas razones para esto, pero la fundamental es que su empleo excesivo daña la capacidad que tiene un niño de atender y concentrarse en la tarea que tiene entre manos.
Veamos. Primero viene la capacidad de atender a algo; puede ser un problema aritmético, un fragmento escrito, una exposición oral o unas instrucciones acerca de cómo proceder en una determinada tarea. Fijar la atención supone que dedicamos nuestros recursos mentales en tratar de procesar y comprender aquello que fija nuestro interés. Luego viene la concentración, gracias a la cual podemos evitar distracciones de los estímulos que nos rodean y (lo que no es menos importante) podemos perseverar el tiempo necesario en el esfuerzo, porque si se abandona la tarea en cuanto nos presenta dificultades el aprendizaje no habrá tenido lugar.
Este doble proceso es esencial, como se ve, para poder llegar a desarrollar un pensamiento elaborado acerca del objeto a aprender. Requiere capacidad de tolerar la frustración y el desarrollo de una motivación autónoma que nos haga persistir en el esfuerzo a pesar de que nos resulte díficil o se nos resista. El placer del aprendizaje requiere la satisfacción íntima de ese logro, y aquellos estudiantes que se aferran a dispositivos que fomentan el cambio infinito de estímulos o proveen de respuestas rápidas están saboteando directamente ese proceso.
Por otra parte, las mismas relaciones interpersonales se ven beneficiadas por una buena capacidad de atención. ¿No conocen ustedes a muchos individuos que no saben escuchar? Parece que están esperando que el otro se calle para que ellos empiecen de nuevo a hablar, sin que realmente se hayan tomado la molestia de prestar atención a lo que estaban oyendo (es decir, que no estaban escuchando). Ya sé que en estos tiempos saber escuchar, es decir, atender plenamente a lo que el otro nos tiene que decir, es algo finiquitado. Uno tiene un guion de lo que quiere oír, y si el otro lo incumple, se llevará el consiguiente varapalo. Tiene que figurar el esquema que a uno le ata mentalmente, porque atender de verdad a lo que el otro le está diciendo puede amenazar su autoestima por medio de la duda razonada. ¡No sea que cambie de opinión!
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