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Veo el primer episodio del documental 'true crime' de Netflix sobre la fuga de Antonio Anglés, el cruel asesino de las tres jóvenes de Alcàsser. ... Me llevo las manos a la cabeza todo el tiempo. La suma de despropósitos policiales, mala fortuna, y nula capacidad de los que vieron o trataron a Anglés durante su fuga para avisar a la Guardia Civil cuanto antes, no creo que tenga igual en la historia criminal de nuestra joven democracia Algunos momentos son puro surrealismo: un guardia civil, después de encontrar el volante de la Seguridad Social a nombre del hermano de Anglés en la escena próxima al triple crimen, va a casa de este y llama al timbre. Pero no le abren. Entonces, explica, decide poner un palillo en el timbre y sostener así un ruido constante para que los de dentro abran la puerta, incapaces de soportarlo. Al fin, cuarenta y cinco minutos después, abren, pero no está Anglés. Estaba, pero ha desparecido.
En fin, son conocidos los errores cometidos, eran otros tiempos. Pero que el agricultor secuestrado por Anglés para que lo llevara lejos de Valencia avisara dos días después a la benemérita de tal hecho, escapa a la comprensión humana. Que hubiera un contingente de agentes sitiando Villamarxant y que el fugitivo los viera durante un largo tiempo desde un chalet abandonado sin que aquellos buscaran por los alrededores, es algo que te deja atónito. Y así todo: la policía de Lisboa avisa a Madrid del paradero de Anglés, pero la orden de detención de Interpol tarda dos días en llegar, y el pájaro ha volado.
Un mérito de la serie es que profundiza en lo sucedido en el barco que alojó al asesino como polizón, y cómo el dinero que llevaba (4.000.000 de pesetas, una fortuna en 1993) sirvió para comprar su libertad al sobornar a uno de los marineros para que le dejara salir del camarote donde estaba encerrado. A partir de ahí, todo son especulaciones. ¿Era Anglés el individuo que un caminante vio escabullirse del barco a pesar de que la policía irlandesa estaba haciendo un registro exhaustivo? Lo que queda es la creencia de que el propio diablo se ocupó personalmente de la seguridad de Anglés; dudo que se ahogara después de lo visto. Treinta años después todo es distinto. Hoy el asesino múltiple no hubiera escapado; hoy la Guardia Civil sabe manejar estos sucesos cometidos por psicópatas sin alma; hoy millones de teléfonos móviles estarían prestos a grabarle. Hoy a las 12 horas o menos de que la policía portuguesa avisara a la española, Anglés hubiera sido arrestado por una orden de Interpol. Hoy Anglés y Ricart hubieran sido sentenciados a prisión permanente revisable, y al menos hubieran cumplido 40 años a pulso. Porque ese crimen nos rompió el alma.
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