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El homicidio de un joven arquitecto de Calpe a manos de su vecino y el posterior suicidio de este nos remite a un móvil de ... furia, a una venganza que conlleva la autoaniquilación del vengador. Parece que se había producido un enfrentamiento entre ambos a causa de un muro, pero eso es lo de menos. Lo que quiero subrayar de este trágico hecho son dos cosas. La primera es la aparente falta de lógica de lo sucedido. ¿Por qué alguien querría acabar con todo por un desacuerdo que, a lo peor, tendría para el perdedor una pérdida económica escasa o al menos no onerosa? Porque si es ajeno a todo pensamiento cabal la solo idea de asesinar a alguien por una causa tan nimia, que el propio asesino luego se suicide tiñe todo de una total irracionalidad. La respuesta se encuentra en el modo en que el autor de ambos hechos interpretó lo sucedido: primero, como una injuria gravísima, hasta tal punto que, en su cabeza, se formó la idea de que no podía seguir viviendo con el peso de esa infamia que le deshonraba de un modo imposible de soportar. Y segundo, su conciencia de que una vez llegado a ese punto -la ejecución de la venganza que acabaría con esa ofensa- tenía que matarse, porque no iba a querer sufrir las consecuencias de eso: su estigma de asesino y un largo periodo en la cárcel, que le dejaría en libertad ya en su vejez.
En cambio, el triple crimen de Guadalajara, en el que un matrimonio y su hija fueron asesinados de un modo brutal por un sujeto que pretendía robar se explica mejor desde la precariedad mental. El intruso penetra en el hogar provisto con un machete, lo que ya es indicador de que el posible encuentro con los dueños de la casa no le va a detener en su propósito: llevarse joyas y dinero, y si tuviere que matar, lo haría, cosa que efectivamente hizo. Ahora bien, alguien con un mínimo de inteligencia ha de comprender que si mata a la familia entera para evitar que le impida robar y para que no se le pueda identificar después, lo único que conseguirá es que le lleven a la cárcel por un tiempo muy largo (una condena de 40 años o bien la prisión permanente revisable), porque sus probabilidades de escapar son igual a cero. No solo había una relación previa entre el asesino y sus cómplices y los asesinados, sino que se dejaron grabar por una cámara de vigilancia. En cambio, si hubiera desistido al verse sorprendido por las víctimas, como mucho hubiera pasado un corto tiempo en la cárcel (por robo frustrado). En ambos episodios criminales la mente fue determinante: en el primero la obsesión enfermiza; en el segundo, la estupidez y el deseo de verse poderoso matando, lo que supuso una combinación letal.
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