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Qué clase de animal tienes que ser para atropellar a un ciclista, engancharlo en la baca de la furgoneta durante 300 metros y luego de ... detenerse huir a pie sin mirar atrás. Lo sucedido en Alboraya hace unos días es más complicado de llevar a cabo que el tradicional atropello y fuga, donde el contacto del conductor con la víctima es de un segundo, y uno se aleja rápido sin mirar hacia atrás. Se fuga, como el de Alboraya, para no ser atrapado, pero se lleva su vehículo en la confianza de que no lo descubrirán. De inmediato, salvo que sea un criminal redomado, ese segundo fatídico del atropello pasa a ser una película que se proyecta una y otra vez en su cabeza, al menos durante un tiempo. Si tiene suerte y no le detienen seguirá con su vida, en parte gracias a una serie de autojustificaciones que le permitirán soportar la culpa que ocasionalmente le asaltará. En cambio, el tipo de la furgoneta tuvo que ver el impacto claro, era pleno día, y cómo el cuerpo lanzado por los aires recalaba en el techo, quizás escuchando sus gritos. Tuvo que verlo atrapado en la baca, sufriendo, quién sabe si a punto de morir por el impacto. Hace falta ser de una pasta especial para no tener un mínimo de piedad.
El otro delito reciente revela la peculiar suma de indigencia mental y cosificación del otro que se da en las agresiones premeditadas. Pasó en Buñol: un sujeto lleva a una amiga a su piso; su hijo de doce años está en casa. Aún así, la agrede sexualmente, sin que le importen los gritos de ella y su feroz resistencia. En un determinado momento ella logra zafarse y salir a uno de los balcones de la casa, desde donde grita para que la auxilien. Esto sucede de inmediato, porque hay muchos vecinos que la escuchan y llaman a la policía. En pocos minutos es detenido. En este segundo suceso, a diferencia del primero, lo más destacado es la incapacidad del agresor para comprender que las probabilidades de que su ataque acabe bien para él son muy limitadas. Una mujer que pelea por su integridad en una casa donde hay un chaval no va a poner las cosas fáciles.
A lo que voy: podemos gastar todo el dinero que queramos en campañas, elaborar leyes draconianas, mostrar de mil maneras la repulsa por el delito que sea, pero en el fondo siempre volvemos a lo mismo: hay gente que no piensa con 'lógica', que ve una oportunidad donde normalmente no hay nada, que ha desarrollado una visión cruel de la vida, acompañada de un juicio moral muy pobre. El conductor de Alboraya y el agresor de Buñol son dos personas 'defectuosas', van por la vida con la brújula estropeada. Una sociedad puede considerarse 'segura' cuando el número de tales individuos permanece dentro de los márgenes tolerables.
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